Amor de Viejo. - Bicentenario

Amaneció esplendoroso el décimo sexto dIa después
de Ia conversación aquella de que hemos hablado: doña
Nicanora, de propósito, habla dejado pasar el décimo
quinto, ya para proporcionar a Dorotea mãs respiro, ya
para verla venir o para dar tiempo al tiempo; pero como
observara que su hija permanecIa como si tal cosa, se
resolvió a ahordar La cuestión entiando a la sala donde la
joven se hallaba, como de costumbre, junto a una mesita
de costura muv cuca, que don Facundo le habia regalado.
—,Quieres que hab lemos? —la preguntó doña Nicanora.
—;Ya vas a empezar con tus cosas, mama!
—Es preciso.
Doña Nicanora se sentó a su lado.
—No quiei'es dejar pasar ni un dIa.
—Cómo no! Acuérdate que desde aver se cumplió el
plazo.
—,Y qué vienes a decirme, vamos?
—Ya lo sabes, que te decidas a dar alguna contest ación
a don Facundo. Este hombre esth esperando que respondas
algo a su caita.
—No me ha dicho ni una palabra.
—Por delicadeza: pero precisamente por eso es por 10
que no debes guardar silencio más tiempo. Después de
la condttcta tan fina que observa con nosotras, de los ser-
VICIOS que le debemos, los cuales no Se pagan con nada,
seguir manteniendo esa reserva, será no sOlo mostrarte
descortes sino (lesagradecida.
—Pucs es que yo me encuentro muy perpleja. .. no es
la cosa tan sencilla, no creas.
—Bueno, dijo para si doña Nicanora, ya vacua, luego
es clam que (Ion Facundo ha ganado mucho terreno. Yo
terrninaré la ohra.
En seguida agregó en voz alta:
—,Pues qué cosa es la que te det,iene? ,Que defecto
encuentias a don Facundo?
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