Teatro-danza - Instituto Nacional del Teatro
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Susana Tambutti<br />
FOTOGRAFÍA: MAGDALENA VIGGIANI<br />
nos influencian pese a nosotros mismos, aún si no se<br />
corresponden necesariamente con lo que hacemos.<br />
Para mí, lo que actualmente importa es traducir<br />
mis ideas. Lo hago por fuera <strong>del</strong> texto, lo hago en<br />
movimientos. Hago teatro no verbal, espectáculo.<br />
Y para mí eso quiere decir: despegar de la realidad,<br />
reorganizar los elementos de la escena, los cuerpos, y<br />
utilizar mis fantasías a fin de poner todo eso en estado<br />
de ser mirado y escuchado. (...) No es más teatro, no<br />
es más <strong>danza</strong>, ni mimo, ni <strong>danza</strong> social, ni esto, ni<br />
aquello: lo que yo hago es espectáculo».<br />
Las citas podrían seguir profusamente, siempre<br />
instalando la duda, el rechazo e incluso, la inutilidad<br />
<strong>del</strong> gesto de nombrar. En una publicación titulada El<br />
cuerpo <strong>del</strong> intérprete, la investigadora argentina<br />
Susana Tambutti 16 , señala la existencia de «grupos en<br />
donde los límites entre las distintas artes escénicas<br />
son tan complejos que ya no tienen sentido las discusiones<br />
sobre cómo llamamos a ese espectáculo, si<br />
<strong>danza</strong>, teatro o instalación. (...) Es muy difícil establecer<br />
los límites. Debemos aprender a movernos dentro<br />
de aquello que, a lo mejor, no se puede nombrar, o<br />
sea, movernos en el abismo».<br />
Sin dejar de reconocer la importancia de las protestas,<br />
las aclaraciones y los planteos teóricos citados,<br />
es necesario aclarar que, la insistencia en pensar<br />
de manera específica en el rótulo «teatro-<strong>danza</strong>»,<br />
en sus significaciones y sus alcances tiene que ver,<br />
en este trabajo, no tanto con el aspecto práctico y<br />
reduccionista que conlleva todo intento de designación,<br />
sobre todo cuando nos referimos a este tipo de<br />
fenómenos que intentamos abordar, sino más bien<br />
con una necesidad de conocimiento, de comprensión y<br />
de acercamiento a «esas entidades intencionales que<br />
tienen lugar en un mundo humano compartido» como<br />
dice Schaeffer para referirse a las obras de arte.<br />
En este sentido creo importante volver un poco<br />
nuestro pensamiento hacia el planteo realizado<br />
por el citado filósofo francés 17 quien, asumiendo<br />
la relatividad y la contextualidad de los discursos<br />
que son nuestro objeto de investigación –se refiere<br />
puntualmente a las obras de arte-, admite que no<br />
busca, con su trabajo teórico, certeza cognitiva ni<br />
10 CUADERNOS DE PICADERO<br />
validez absoluta, y reconoce el carácter «aspectual»<br />
<strong>del</strong> conocimiento. Pero, aún así, defiende la importancia<br />
de sostener una actividad teórica relativa al<br />
arte afirmando que, aún la idea de la irrelevancia de<br />
la teoría para el arte es en sí misma la expresión de<br />
una teoría <strong>del</strong> arte. «Sostener una creencia – dice<br />
Schaeffer -, es sostener una teoría, ya sea de manera<br />
implícita o explícitamente».<br />
El autor vuelve su análisis a nuestra relación con la<br />
realidad, en el sentido cognitivo y de lenguaje, para<br />
señalar como fundamental el hecho de que pensar<br />
en algo significa nombrarlo, es decir distinguirlo,<br />
situándolo «en la red de nuestro mo<strong>del</strong>o semántico<br />
de la realidad». Refiriéndose, de manera más puntual<br />
a las obras de arte, sostiene que las mismas son<br />
creadas, esencialmente, para ser vivenciadas como<br />
representaciones, como símbolos, o como formas<br />
intencionales y compartidas. «Vivenciar una obra<br />
de arte no es lo mismo que descubrir un planeta»<br />
dice Schaeffer. En este punto, el autor nos recuerda<br />
que una obra de arte es vivenciada identificándola<br />
como música, poesía, pintura, etc., en un proceso de<br />
«multinivelación» de «estas etiquetas pegadas a las<br />
obras». Por ejemplo, este soneto es vivenciado como<br />
un soneto isabelino y más aún, como un soneto isabelino<br />
escrito por Shakespeare y así sucesivamente. Es<br />
decir que, cuando nos enfrentamos a una obra de arte,<br />
«ésta ya está situada en una red de categorizaciones<br />
y clasificaciones. La red es dada con la obra, lo cual<br />
significa que para la persona que vivencia la obra, su<br />
red clasificatoria es de algún modo constitutiva de<br />
su identidad. La clasificación identificatoria no es el<br />
objetivo de nuestra experiencia, pero guía nuestro<br />
entendimiento de la obra».<br />
Visto de esta manera, pareciera que esa tan vapuleada<br />
necesidad de nombrar que persiste en nosotros,<br />
adquiere una dimensión diferente. No se trata aquí de<br />
asumirla como una necesidad superficial, personal e<br />
inútil, sino como un componente más de nuestra relación<br />
humana con el mundo. Quizás esta necesidad de<br />
nombrar se conecte, en algún punto, con esa «pulsión<br />
icónica» de la que habla Gubern 18 para referirse a esa<br />
necesidad <strong>del</strong> hombre de encontrar lo figurativo en