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María o la negación del espacio y el tiempo novelescos por ...

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de ces vieilles romances fran9aises, chef-d'oeuvre de simplicité et de mé<strong>la</strong>ncol ie. 6<br />

En este caso, <strong>el</strong> sentido y <strong>el</strong> valor de <strong>la</strong> cultura popu<strong>la</strong>r tradicional provienen de su<br />

conformidad, no con <strong>la</strong> tradición culta, sino con <strong>la</strong> naturaleza. Sin embargo, lejos de<br />

conllevar una ―naturalización‖ de <strong>la</strong> cultura popu<strong>la</strong>r, <strong>la</strong> comparación apunta al<br />

descubrimiento de <strong>la</strong>s correspondencias y <strong>la</strong>s armonías mutuas entre dos ámbitos que<br />

comparten una misma esencia divina.<br />

La diferencia entre los dos modos de figuración que venimos analizando resalta aún más<br />

si reparamos en <strong>la</strong> caracterización <strong>d<strong>el</strong></strong> sujeto de <strong>la</strong> enunciación y en <strong>la</strong> re<strong>la</strong>ción que éste<br />

mantiene con su enunciado. Aun cuando, en <strong>la</strong>s descripciones de Chateaubriand, <strong>el</strong> ―yo‖<br />

de <strong>la</strong> percepción y <strong>la</strong> interpretación pertenece a un viajero francés en América, este ―yo‖<br />

a configurarse como sujeto de enunciación ―universal‖ y <strong>por</strong> tanto abstracto; y <strong>el</strong>lo, <strong>por</strong><br />

cuanto lo que busca aprehender y figurar no es en fin de cuentas sino una esencia —un<br />

―genio‖—, cuya ―universalidad‖ está destinada a contraponerse á <strong>la</strong> <strong>d<strong>el</strong></strong> racionalismo<br />

ilustrado. En <strong>la</strong>s descripciones de Isaacs en cambio, <strong>el</strong> sujeto de <strong>la</strong> enunciación <strong>el</strong> ―yo‖<br />

de Efraín aparece siempre cuidadosamente particu<strong>la</strong>rizado <strong>por</strong> su pertenencia de casta.<br />

De tal suerte que mientras en Chateaubriand <strong>el</strong> ―yo‖ de <strong>la</strong> enunciación su<strong>el</strong>e esfumarse<br />

detrás de una percepción y una representación ofrecidas como universales y plenas, en<br />

Isaacs este mismo ""yo» no deja nunca de referir <strong>la</strong> percepción y <strong>la</strong> representación a su<br />

propia ubicación y a su propia perspectiva. Esta insistente particu<strong>la</strong>rización <strong>d<strong>el</strong></strong> sujeto de<br />

<strong>la</strong> enunciación no sólo contribuye a limitar <strong>la</strong> universalidad de <strong>la</strong> representación<br />

subjetiva, sino que tiende también a circunscribir lo divino y trascendente a lo sagrado.<br />

F. Algunas consideraciones generales (y provisionales):<br />

6 Génie du Christianisme, op. cit., I, v., 5 pp. 121 – 122. A continuación transcribimos <strong>la</strong><br />

traducción de estos párrafos, sacados de <strong>la</strong> misma edición antes citada: ""La naturaleza tiene grandes<br />

épocas de solemnidad para <strong>la</strong>s cuales convoca a los músicos de <strong>la</strong>s diferentes regiones <strong>d<strong>el</strong></strong> globo. Vemos<br />

entonces acudir en trop<strong>el</strong> eminentes artistas que ejecutan sonatas maravillosas: errantes trovadores que.<br />

sólo saben cantar ba<strong>la</strong>das con estribillos. y peregrinos que repiten mil veces <strong>la</strong>s estro <strong>la</strong>s de sus <strong>la</strong>rgas<br />

canciones. La oropéndo<strong>la</strong> silva, <strong>la</strong> golondrina gorjea, y <strong>la</strong> paloma torcaz gime.(…)<br />

Cuando <strong>el</strong> primer silencio de ésta (<strong>la</strong> noche) y los últimos murmullos <strong>d<strong>el</strong></strong> día luchan aún en <strong>la</strong>s<br />

colinas. en <strong>la</strong>s oril<strong>la</strong>s de los ríos, en los bosques y en los valles; cuando <strong>la</strong>s s<strong>el</strong>vas enmudecen<br />

gradualmente, y no suspira en <strong>el</strong><strong>la</strong>s ni una hoja, ni un musgo; cuando <strong>la</strong> luna domina en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, y <strong>el</strong><br />

hombre presta vigi<strong>la</strong>nte oído, <strong>el</strong> primer cantor de <strong>la</strong> Creación entona sus himnos al Eterno. Empieza<br />

haciendo repetir al eco (sic) los magníficos tonos <strong>d<strong>el</strong></strong> p<strong>la</strong>cer: reina <strong>el</strong> desorden en sus cantos; pasa de los<br />

sonidos graves a los agudos, y de los suaves a los fuertes: hace pausas; ora es lento; ora vivo; es un<br />

corazón ebrio de p<strong>la</strong>cer. un corazón que palpita bajo <strong>el</strong> peso <strong>d<strong>el</strong></strong> amor (sic). Pero súbito <strong>la</strong> voz expira. y <strong>el</strong><br />

ave enmudece. Mas toma a su canto: ¡cuán diferentes son sus acordes! ¡Cuán tiernas-sus m<strong>el</strong>odías! Ora<br />

son lánguidas, aunque variadas, modu<strong>la</strong>ciones; ora unos aires un tanto monótonos, sencillos y<br />

me<strong>la</strong>ncólicos, como <strong>la</strong>s antiguas canciones. (sic). El texto. de Chateaubriand es aquí más explícito:<br />

―como <strong>el</strong> de aqu<strong>el</strong><strong>la</strong>s viejas romanzas francesas, dechado de sencillez y me<strong>la</strong>ncolía‖. Genio <strong>d<strong>el</strong></strong><br />

cristianismo op. cit. pp. 60 - 61.

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