María o la negación del espacio y el tiempo novelescos por ...
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He aquí, caros amigos míos, <strong>la</strong> historia de <strong>la</strong> adolescencia de aqu<strong>el</strong> a quien tanto amasteis y<br />
que ya no existe. Mucho <strong>tiempo</strong> os he hecho esperar estas páginas. Después de escritas me<br />
han parecido pálidas e indignas de ser ofrecidas como un testimonio de mi gratitud y de mi<br />
afecto. Vosotros no ignoráis <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras que pronunció aqu<strong>el</strong><strong>la</strong> noche terrible, al poner en mis<br />
manos <strong>el</strong> libro de sus recuerdos: Lo que ahí falta tú lo sabes; podrás leer hasta lo que mis<br />
lágrimas han borrado. ¡Dulce y triste misión! Leed<strong>la</strong>s, pues, y si suspendéis <strong>la</strong> lectura para<br />
llorar, ese l<strong>la</strong>nto me probará que <strong>la</strong> he cumplido fi<strong>el</strong>mente. (p. 19)<br />
A estas instancias diversas y sucesivas, cabría añadir también <strong>el</strong> texto que, <strong>tiempo</strong>s<br />
después, redactara <strong>el</strong> propio Isaacs a partir de <strong>la</strong> r<strong>el</strong>ectura de su obra, y en donde da a<br />
entender que él mismo es <strong>el</strong> protagonista, <strong>el</strong> narrador y <strong>el</strong> autor ficticio <strong>d<strong>el</strong></strong> re<strong>la</strong>to,<br />
volviendo así a unir <strong>la</strong>s diversas instancias antes seña<strong>la</strong>das:<br />
¡ Páginas queridas, demasiado queridas quizá!<br />
Mis ojos han vu<strong>el</strong>to a llorar sobre <strong>el</strong><strong>la</strong>s.<br />
Las altas horas de <strong>la</strong> noche me han sorprendido muchas veces con <strong>la</strong> frente apoyada sobre<br />
estas últimas, desalentado, para trazar algunos renglones más.<br />
A lo menos en <strong>la</strong>s salvajes riberas <strong>d<strong>el</strong></strong> Dagua, <strong>el</strong> bramido de sus corrientes arrastrándose al pie<br />
de mi choza, iluminada en medio de <strong>la</strong>s tinieb<strong>la</strong>s <strong>d<strong>el</strong></strong> desierto, me avisaba que él ve<strong>la</strong>ba<br />
conmigo.<br />
La brisa de aqu<strong>el</strong><strong>la</strong>s s<strong>el</strong>vas ignotas venía a refrescar mi frente calenturienta. Mis ojos,<br />
fatigados <strong>por</strong> <strong>el</strong> insomnio; veían b<strong>la</strong>nquear <strong>la</strong>s espumas bajo los peñascos coronados de<br />
chontas, cual jirones de un sudario que agitara <strong>el</strong> viento sobre <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o negro de una tumba<br />
removida. (...) Vue<strong>la</strong> tú, entristecida alma mía; cruza <strong>la</strong>s pampas, salva <strong>la</strong>s cumbres que me<br />
separan <strong>d<strong>el</strong></strong> valle natal. ¡Cuán b<strong>el</strong>lo debe estar ahora entoldado <strong>por</strong> <strong>la</strong>s gasas azules de <strong>la</strong><br />
noche!\(...)<br />
¡Descansa y llora sobre sus umbrales, alma mía!<br />
Yo volveré a visitar<strong>la</strong> cuando <strong>la</strong>s malezas crezcan sobre los escombros de sus pavimentos;<br />
cuando lunas que vendrán, bañen con macilenta luz aqu<strong>el</strong>los muros sin techumbre ya,<br />
ennegrecidos <strong>por</strong> los años y carcomidos <strong>por</strong> <strong>la</strong>s lluvias.<br />
¡No! Yo pisaré venturoso esa morada a <strong>la</strong> luz <strong>d<strong>el</strong></strong> mediodía: los pórticos y columnas estarán<br />
decorados con guirnaldas de flores; en los salones resonarán músicas todos los seres que amo<br />
me rodearán allí. Los <strong>la</strong>bradores vecinos, y los menesterosos, irán a dar <strong>la</strong> bienvenida a lo<br />
hijos de aqu<strong>el</strong> a quien tanto amaban; y en los sotos silenciosos reinará <strong>el</strong> júbilo, <strong>por</strong>que los<br />
pobres encontrarán servido su festín bajo esas sombras.<br />
Exótico señor de aqu<strong>el</strong><strong>la</strong> morada. ¿Qué mano invisible arroja de allí a los suyos? Sirven <strong>la</strong>s<br />
riquezas al ensañar a los malos contra <strong>el</strong> bueno; sirven hasta para comprar <strong>la</strong>s lágrimas de una<br />
viuda y de huérfanos desvalidos. Pero hay un juez a quien no se puede seducir con oro<br />
¡No tardes en volver. alma mía! Ven pronto a interrumpir mi sueño, b<strong>el</strong><strong>la</strong> visionaria, adorable<br />
compañera dolores. Trae humedecidas tus a<strong>la</strong>s con <strong>el</strong> rocío de patrias s<strong>el</strong>vas, que enjugaré<br />
amoroso tus plumajes; e esencias de <strong>la</strong>s flores desconocidas de mis esperanzas, perfumada <strong>la</strong><br />
tenue gasa de tus ropajes, y cuando y sobre mis <strong>la</strong>bios suspires, despierte yo creyendo haber<br />
susurrar <strong>la</strong>s auras de <strong>la</strong>s noches de estío en los naranjos huerto de mis amores.<br />
Jorge Isaacs. 8<br />
Estas sucesivas mises en abime, que terminan <strong>por</strong> econtrar fuera de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, en <strong>la</strong>s<br />
cuantiosas lágrimas derramadas <strong>por</strong> cada uno (desde <strong>María</strong> leyendo a Atalá hasta<br />
Isaacs escribiendo o r<strong>el</strong>eyendo su propia obra) su último equivalente sensible, figuran<br />
8 Este texto se incluye en <strong>la</strong> edición mexicana de Maria, antes citada, pp. 1-2.