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Pastoral americana 15<br />

no habría jugado en el sótano de Jerry Levov. De no haber<br />

sido por la oport<strong>un</strong>idad de decirle a la gente que conocía la<br />

casa del sueco Levov <strong>com</strong>o la palma de mi mano, nadie podría<br />

haberme hecho bajar a aquel sótano, sin más defensa<br />

que <strong>un</strong>a pequeña pala de madera. nada que pesa tan poco<br />

<strong>com</strong>o <strong>un</strong>a pelota de ping-pong puede ser letal, y no obstante,<br />

cuando Jerry golpeaba aquel objeto el asesinato no podía<br />

estar lejos de su intención. n<strong>un</strong>ca se me ocurrió pensar que<br />

semejante exhibición violenta podría relacionarse de alg<strong>un</strong>a<br />

manera con lo que representaba para él ser el hermano menor<br />

del sueco Levov. <strong>com</strong>o no podía imaginar nada mejor<br />

que ser el hermano del sueco, aparte de ser el mismo sueco,<br />

no <strong>com</strong>prendía que para Jerry pudiera ser difícil imaginar<br />

algo peor.<br />

La habitación del sueco, en la que n<strong>un</strong>ca me atreví a entrar,<br />

a<strong>un</strong>que me detenía para echar <strong>un</strong> vistazo a su interior<br />

cuando iba al lavabo situado al lado de la habitación de Jerry,<br />

estaba encajada bajo los aleros, al fondo de la casa. con<br />

el techo inclinado, las ventanas de gablete y los banderines<br />

de Weequahic en las paredes, parecía lo que yo consideraba<br />

<strong>un</strong>a auténtica habitación de muchacho. Desde las dos ventanas<br />

que daban al jardín posterior se veía el tejado del garaje<br />

de los Levov, donde, en los inviernos de su época de primaria,<br />

el sueco practicaba con <strong>un</strong>a pelota de béisbol fijada con<br />

cinta adhesiva a <strong>un</strong> cordel que colgaba de <strong>un</strong>a viga, <strong>un</strong>a idea<br />

que tal vez sacó de <strong>un</strong>a novela de John r. T<strong>un</strong>is que trataba<br />

del béisbol y se titulaba El chico de Tomkinsville. Descubrí<br />

este libro y otros de la serie de béisbol escritos por el mismo<br />

autor (El Duque de Hierro, El Duque decide, Elección de<br />

campeón, Los chicos de Keystone, El novato del año) al verlos<br />

en el estante empotrado j<strong>un</strong>to a la cama del sueco, todos<br />

alineados por orden alfabético entre dos pesados sujetalibros<br />

que habían sido <strong>un</strong> regalo por la bar mitzvah (fiesta judía<br />

cuando los niños cumplen trece años), réplicas en miniatura<br />

de El pensador de rodin. enseguida fui a la biblioteca para<br />

pedir prestados todos los libros de T<strong>un</strong>is que pude encontrar<br />

y empecé por El chico de Tomkinsville, <strong>un</strong> libro sombrío y<br />

capaz de absorber la atención de <strong>un</strong> muchacho, escrito con

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