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padre Dios. No se trata de
amar sólo a aquellos que
nos aman a nosotros, o a
nuestros familiares y amigos
más cercanos; de ese
modo ¿en qué nos distinguiríamos
los cristianos
del resto? ¿Qué grandeza
hay en querer a quién me
quiere? Amor a todos los
hombres, incluso a aquellos
que no conocemos o
no nos agradan. Todos, sin
distinción, son nuestros
hermanos, hijos de un mismo
padre. En esto consiste
la caridad cristiana.
La caridad no se trata
de dar limosna por pena,
para tranquilizar nuestra
conciencia o, simplemente,
ayudar a los demás porque
creemos positivamente que
es una buena acción, algo
correcto moralmente. No
es suficiente. La caridad
‘Deus Caritas est’
debe convertirse
en un lema y punto
de referencia para
la nueva comisión
de obra social
del cristiano debe ir más
allá de una simple exigencia
ética, debe nacer del
amor profundo y sincero al
prójimo, porque en él también
habita Dios. “Lo que
hacéis a uno de estos, a mi
me lo hacéis”.
Es imposible amar a Dios
sin amar antes al prójimo.
San Juan nos lo dice muy
claramente: “el que no ama
a su hermano, a quien ve, no
puede amar a Dios, a quien
no ha visto” (1 Jn. 4, 20).
Al principio de este artículo
nombraba la encíclica
con la que el Santo Padre
abría su pontificado y en la
que me he basado en todo
momento para desarrollar
esta reflexión. En ella, el
Sumo Pontífice nos habla de
la siguiente manera: “La naturaleza
íntima de la Iglesia
se expresa en una triple tarea:
anuncio de la Palabra de
Dios (kerygma-martyria), celebración
de los Sacramentos
(leiturgia) y servicio de la caridad
(diakonia)”. Son tareas
que se implican mutuamente
y no pueden separarse
una de otra. Para la Iglesia,
la caridad no es una especie
de actividad de asistencia
social que también se podría
dejar a otros, sino que pertenece
a su naturaleza y es
manifestación irrenunciable
de su propia esencia.
Hermandad
Estas tres tareas fundamentales
de la Iglesia pueden
y deben aplicarse a las
cofradías que, por supuesto,
son Iglesia. Una de las funciones
primitivas de nuestras
hermandades –y quizás
la más importante- era la
evangelización. Después de
ochocientos años de presencia
y dominio musulmán era
necesario catequizar a los
habitantes de las ciudades
mediante representaciones
de la pasión y muerte de
Cristo, y transmitir el misterio
de la salvación de una
manera directa y sencilla de
comprender, pero al mismo
tiempo suntuosa y sobrecogedora,
para incitar a la
piedad y a la conversión.
Así es como nace nuestra
Semana Santa.
En los tiempos que vivimos,
creo que evangeli-
Boletín Monte Calvario / Cuaresma 2011
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