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Formación
Los salmos son la expresión de la vida
de un pueblo seducido por Dios
Manuel Gámez López
Director Espiritual
‘Benigne fac, Dómine’
son las primeras palabras
del último versículo del Salmo
50 ‘Miserere’.
Los salmos son la oración
de Israel. Estas piezas
poéticas en su multiplicidad
de sentimientos,
manifestado en la diversidad
de sus textos, son la
expresión de la vida de un
pueblo seducido por Dios.
Según la tradición, muchos
salmos fueron compuestos
por el Rey David.
El temario de estas piezas
literarias es riquísimo:
acciones de gracias por los
beneficios personales o colectivos,
la salud recobrada,
la inocencia reivindicada,
una victoria conseguida,
las cosechas del campo…
De la necesidad brota la
súplica, que es tan variada
de temas como lo son las
necesidades del individuo o
la sociedad. Entre esta rica
diversidad de temas, abundan
los ‘salmos penitenciales’,
en los que el pecador
confiesa su pecado y pide,
apoyado en la misericordia
divina, perdón de su culpa.
De la rica colección de
‘salmos penitenciales’, el
Salmo 50 es, para la Iglesia,
el salmo penitencial
por excelencia. Desde
tiempo inmemorial, el salmo
‘Miserere’ es recitado
o cantado en la oración de
las ‘Laudes’ de la ‘Liturgia
de las Horas’ u ‘Oficio Divino’
todos los viernes del
año, ya que este día de la
semana tiene un marcado
sentido penitencial por ser
el día en que Jesús murió
en la cruz.
Cada viernes, la Iglesia
tiene presente la muerte
redentora de Cristo y hace
suyas las palabras del salmista,
asumiendo, como
Iglesia, los pecados de la
comunidad cristiana de todos
los tiempos e incluso
los pecados de la humanidad
entera.
De manera especial, el
salmo 50 ocupaba un lugar
destacado en los ‘Oficios
de Tinieblas’ de la liturgia
vespertina del Miércoles,
Jueves y Viernes de la Semana
Santa.
La interpretación del
‘Miserere’ ponía fin a
los largos ‘Oficios de
Tinieblas’, momento
más esperado
por los fieles
En la época del Romanticismo
–siglo XIX–, los
maestros de capilla de las
catedrales y monasterios
escribieron espectaculares
y bellísimas partituras para
musicar el texto bíblico del
salmo 50, en el que la parte
coral era acompañada
por una amplia orquesta.
La interpretación del ‘Miserere’
ponía punto final a
los largos ‘Oficios de Tinieblas’,
momento culminante
que era esperado con entusiasmo
por la numerosa
concurrencia de fieles.
Eduardo Ocón y Rivas
Nace este maestro músico
en Benamocarra, pequeño
pueblo de la Axarquía, el
12 de Enero de 1833. A los
ocho años de edad, según
el padrón del ayuntamiento
de Málaga, el pequeño
Eduardo Ocón, tercer hijo
del matrimonio Ocón-Rivas,
reside junto a sus progenitores
en la capital malagueña
con domicilio en la calle
Granada nº 23.
En 1840, el pequeño
Ocón ingresa como seise
en la Catedral de Málaga,
donde recibe una completa
instrucción musical bajo
el magisterio de Mariano
Reig, a la sazón Maestro de
Capilla del templo catedralicio.
En la década de 1850,
el joven Ocón desempeña
el cargo de segundo organista
de la Catedral. Hay
constancia de que, a los
13 años de edad compuso
un ‘miserere’ para coro mixto.
Desgraciadamente esta
partitura se ha perdido.
Año 1867, Ocón llega a
París, cuyo conservatorio era
el centro de mayor prestigio
musical en Europa. En esta
etapa, se entrevista con los
músicos más sobresalientes
de Francia. Sobre todo
entabló una estrecha amistad
con Charles Gounod.
Vuelto a Málaga, Eduardo
Ocón continuará su fecunda
labor de compositor,
principalmente de música
religiosa.
Su famoso ‘Miserere’,
para coro mixto, soprano,
tenor y bajo solistas, y gran
orquesta fue la partitura
que más perduró en los
Boletín Monte Calvario / Cuaresma 2011
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