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«Seminario Loyola - Gracián»<br />

La clave de todo está en reconocer que sólo por el contexto de milicia y de lucha<br />

que se da en la corte tiene sentido la agudeza del ingenio y, sobre ella, la discreción y la<br />

prudencia. Justo por eso se requiere saber esperar 29 y elegir la ocasión en que liberar la<br />

agudeza y así obtener la victoria del aplauso. Una vez más la primera jornada requiere<br />

de la segunda. Para saber combatir con la agudeza, en esos duelos del ingenio, no basta<br />

la propia agudeza. Se requiere la discreción y la prudencia, que deja libre los repentes<br />

felices del querer brillar y del querer ser feliz desde la comprensión de la ocasión y la<br />

visión de la intención de los otros. Tenemos así siempre una lucha, casi un duelo, y el<br />

que combate por el aplauso y la gloria, o por la dicha, debe conocerse a sí mismo y su<br />

querer tanto como la intención del enemigo. Por eso, la prudencia y la discreción dejan<br />

libre la agudeza sólo cuando el juicio acerca del propio querer y el arte de descifrar el<br />

querer ajeno lo aconsejan. En todo caso, sin este arte de descifrar el fondo de la<br />

intención ajena, no es posible actuar de manera discreta ni prudente, y por muy felices<br />

que sean los repentes de nuestro querer y de nuestro ingenio, seríamos indiscretos e<br />

imprudentes de lucirlos en la ocasión no oportuna.<br />

Tenemos así una síntesis, esta del hombre universal, muy peculiar: el contenido<br />

potencial lo dicta la agudeza del ingenio, la actualización o repente ingenioso la dicta la<br />

oportunidad de aplauso y brillo, su realización, la dicta la discreción; 30 y la consecución<br />

de la felicidad y la dicha, la prudencia. En todo caso, las virtudes que lleva aparejada<br />

esa síntesis, en la medida en que tienen por base la agudeza de ingenio, nos trasladan al<br />

ethos aristocrático: se trata de la prontitud, del desahogo, de ese sentido de la libertad y<br />

resolución, la gallardía en decir y hacer, la gracia. Consciente de que está lanzando<br />

sobre la existencia categorías estéticas, Gracián habla de belleza. Su hombre discreto es<br />

un esteta que conoce la ocasión en que puede dejar que se manifiesto y brille su repente<br />

actual, el que es “un extremo en la perfección, pero guarda un medio en el lucimiento”<br />

(D, XI, BAE, 336). El contenido, lo más buscado e imitado de este discreto, dice que<br />

produce el “hechizo de todo buen gusto” (OM, 127). El hombre prudente es el discreto<br />

que sabe cuándo retirarse de toda agudeza y lucimiento y quedarse en la soledad<br />

29 “La espera, por los espaciosos campos del tiempo, al palacio de la ocasión” ha de ser una aliada del<br />

discreto y del prudente. cf. el punto III de El Discreto. De hecho en la alegoría que nos propone Gracián<br />

es la prudencia la que conduce el séquito de la espera.<br />

30 El Discreto, XI, “Basta a hacer una demasía de lucir, de los mismos prodigios, vulgaridades”. BAE,<br />

334. Estos son los “gallos de la publicidad”, los que sin discreción o prudencia jamás se retiran.<br />

<strong>Eikasia</strong>. Revista de Filosofía, año VI, 37 (marzo 2011). http://www.revistadefilosofia.com 229

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