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«Seminario Loyola - Gracián»<br />

desengañado de todos ellos con el más profundo desengaño, deseando el alivio del final.<br />

La luz del final, la luz del desengaño 44 , es al mismo tiempo la puerta de la libertad,<br />

alivio. Es terrible la imagen que forja aquí Gracián: todos los trabajos de la vida no son<br />

sino formar la cera para la luz del desengaño, luz que disuelve las faenas y los esfuerzos<br />

en una suave disolución. “Todo para en nada”, dijo Criticón, I, VII. No es desde luego<br />

la imagen de Abraham, cansado y satisfecho de vivir, que luego recordará Max Weber.<br />

Al contrario, Gracián ha cuidado mucho de elegir las formas de ánimo del último<br />

momento. Cuando en El Criticón II, VII se pregunta a Andremio si está contento por el<br />

balance de la vida, este contesta que “contento no, pero desengañado sí”.<br />

Una de las paradojas del último momento de la vida es que no hay otro engañado<br />

que el que se auto-engaña. Queda siempre en poder del propio hombre disolver las<br />

ilusiones y pasar a ese estado de liberación de la mentira del mundo que es el<br />

desengaño. Sin duda, ese nihilismo del mundo sensible obedece a la acción propia del<br />

hombre, que ha desordenado el mundo e introducido el desconcierto en él. La inversión<br />

del orden divino, propiciado por el abandono por parte de Dios de este mundo, es así<br />

una alteración general de los umbrales, de las fronteras, de los límites. En el mundo bien<br />

constituido de la creación, el desengaño estaba al principio. El poder de la retórica del<br />

diablo, que ya denunciara Erasmo, hizo que el desengaño se traspusiera al final. El<br />

mundo, que no puede cambiar los elementos centrales del creador, sí puede alterar su<br />

relación y, sobre todo, su orden y su tiempo. Esta es la tarea de un plausible hechizero<br />

de la crisis V del libro III de El Criticón. Pero la justicia y la compensación exigen que<br />

lo originario no desaparezca. Si ya no está al principio de nuestra vida,<br />

desvinculándonos de las promesas falsas de la realidad sensible, ha de estar al final,<br />

generando una nada sobre nuestra existencia que hace muy difícil interpretar la<br />

salvación de modo diferente a la condenación. De hecho su único remedio para el<br />

hombre vivo es el arte de dorar las verdades y de tragar por sorbos la desilusión, del<br />

§210 de Oráculo Manual, en una homeopatía de la nada que se confunde con el<br />

verdadero objeto de la sabiduría y respecto de la cual todo objeto del querer puede ser<br />

un buen motivo de educación. La otra forma es tragarse a borbotones la muerte.<br />

44 volvemos aquí a El Discreto, XXV.<br />

<strong>Eikasia</strong>. Revista de Filosofía, año VI, 37 (marzo 2011). http://www.revistadefilosofia.com 241

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