Huellas 69 - 70.pmd - Universidad del Norte
Huellas 69 - 70.pmd - Universidad del Norte
Huellas 69 - 70.pmd - Universidad del Norte
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
entre ese universo ficticio y ese mundo, no menos<br />
ficticio, que lleva dentro cada uno: el mundo<br />
de lo que no fue, o, por lo menos, no ha sido. Entonces,<br />
el primer interrogante que debí resolver en<br />
torno a mi relación con la obra de Márvel fue: ¿qué<br />
pulsaciones secretas, qué corriente oculta o qué<br />
dictamen, qué razones o qué preferencias hicieron<br />
que, desde aquella lectura de La sala <strong>del</strong> niño<br />
Jesús, hasta el último de los cuentos de El encuentro,<br />
pasando por infinitas relecturas de pasajes aislados,<br />
sintiera la imperiosa necesidad de desentrañar<br />
los móviles, la materialidad de los personajes,<br />
de penetrar la estructura <strong>del</strong> relato, de transitar<br />
por ese universo cerrado<br />
que es toda obra de arte,<br />
antes de que encontremos<br />
la manera de ingresar en<br />
ella?<br />
Una de las primeras contradicciones<br />
que percibí<br />
siendo niña entre el mundo<br />
de fuera y el de mi casa,<br />
tiene que ver con la situación<br />
de la mujer. Con sorpresa<br />
e incredulidad descubrí,<br />
hacia los ocho años, que<br />
solamente unos años atrás<br />
las mujeres no votaban, que<br />
las madres de los demás<br />
niños no trabajaban y que<br />
las mujeres se sometían a<br />
sus padres y hermanos esperando,<br />
en silencio, la buena<br />
suerte de encontrar un<br />
buen hombre. En casa, no<br />
sólo las mujeres éramos<br />
mayoría, sino que mi padre<br />
se esforzaba por develarnos<br />
los secretos <strong>del</strong> universo<br />
con la misma pasión que si hubiéramos sido hombres;<br />
y mi abuela y mi madre imponían sus reglas<br />
con una naturalidad y una decisión que nos hacía<br />
creer a mis hermanas y a mí que ser mujer era<br />
tan fácil como ser hombre.<br />
Sólo muchos años después, comprendería yo que<br />
habíamos sido herederas de una felicidad gestada<br />
en la desdicha de las mujeres que nos precedieron:<br />
de mi bisabuela judía, que hastiada de los vaivenes<br />
de fortuna de un marido que con igual pasión<br />
se perdía en los laberintos de las matemáticas<br />
que en los <strong>del</strong> alcohol, había creado un negocio<br />
tan próspero que sostendría a la familia por tres<br />
Márvel Moreno<br />
generaciones. De mis abuelas, de mis tías y de<br />
aquellas mujeres que, sin ninguna teoría que las<br />
sustentara, habían creado para mí, sin saberlo, un<br />
ámbito en donde la libertad no era producto de la<br />
rebeldía, sino una serena certeza.<br />
Otro recuerdo de aquellos años: una tarde mirando<br />
algún volumen de la Enciclopedia Estudiantil<br />
que mi padre me había regalado para Navidad,<br />
descubro un nombre que ya nunca olvidaré: sor<br />
Juana Inés de la Cruz. Leí una y mil veces el poema<br />
aquel que empieza: Hombres necios que acusáis<br />
a la mujer sin razón… y aunque algunas líneas se<br />
mantuvieron herméticas,<br />
el sentido <strong>del</strong> texto quedó<br />
in<strong>del</strong>eble en el tiempo, así<br />
como el horror que me produjo<br />
saber que a sor Juana<br />
la habían matado los hombres<br />
que la despojaron de<br />
sus libros. De ahí en a<strong>del</strong>ante,<br />
mi pasión por la literatura<br />
y la indignación que<br />
me producía la indefensión<br />
de estas mujeres confluyeron<br />
muchas veces.<br />
A los catorce años, amé<br />
a Antígona y odié a Creonte.<br />
Adoré la altivez y la soberbia<br />
de aquella adolescente<br />
que, desafiando las<br />
leyes humanas, encontraba<br />
en el cielo la fuerza para<br />
imponer su voluntad. Me<br />
interné en la selva con Doña<br />
Bárbara, absolutamente<br />
indignada con el final de la<br />
novela, y devoré las 600 páginas<br />
de Lo que el viento se<br />
llevó no tanto por la historia de amor, sino arrastrada<br />
por la férrea voluntad de Scarlett O’Hara de<br />
dirigir su destino.<br />
Años después, la mayor de estas felicidades me<br />
vendría de Emma Bovary, de la frívola y voluble campesina<br />
de Ruán, que prefirió que sus sueños y <strong>del</strong>irios<br />
la aniquilaran violentamente, antes que resignarse<br />
a la rutina de una cotidianidad inútil. En<br />
esta inmensa galería de mujeres hechas de palabras,<br />
de mujeres que se levantan como una vergüenza<br />
o como una esperanza ante sus congéneres<br />
de carne y hueso, están los personajes de<br />
Márvel. Sumisas, resignadas o soberbias, pero con<br />
3