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233 - Scherzo

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OPINIÓN<br />

EDITORIAL<br />

OPINIÓN<br />

EL PALACIO DE LA MÚSICA<br />

Una de las mejores noticias del año ha sido, sin duda, el<br />

anuncio por parte de la Fundación Caja Madrid de la compra<br />

del Palacio de la Música, una antigua sala de conciertos<br />

que fue también cine en la época gloriosa y que hoy<br />

albergaba varios de esos locales tirando a mínimos a que se ha ido<br />

reduciendo el espacio dedicado a la contemplación del séptimo<br />

arte. Se trata de un edificio situado en el centro de Madrid, en la<br />

Gran Vía, que en su día albergó los programas de la Orquesta<br />

Nacional y de la Sinfónica de la Radio Televisión Española, es decir,<br />

un lugar con solera musical más que aquilatada. La Fundación Caja<br />

Madrid ha resuelto así, de la mejor manera posible, el futuro de un<br />

caserón que sólo podía dedicarse a usos culturales y que, de no ser<br />

por su intervención, se hubiera convertido en una suerte de sirena<br />

varada en la zona más populosa de la capital esperando la mano<br />

que, desembolsando una cantidad al alcance de ningún particular y<br />

de pocas instituciones, la despertara de un sueño que podría convertirse<br />

en eterno.<br />

Con la compra del edificio obra del gran arquitecto Secundino<br />

Zuazo —y que disfruta del máximo nivel de protección—, inaugurado<br />

en 1926, Madrid va a disponer, al fin —aunque haya que<br />

esperar al menos hasta 2011— de esa segunda sala de conciertos<br />

que necesitaba con urgencia, dada la ocupación permanente de<br />

un Auditorio Nacional en pleno periodo de reorganización de sus<br />

actividades. Téngase en cuenta que la Fundación Caja Madrid<br />

organiza ella sola ocho ciclos de conciertos estables, que van de<br />

la música sinfónica a la vocal distribuidos en diversos espacios<br />

que, a la vez, ganarán seguramente unas cuantas fechas para su<br />

programación particular. Pero sólo con la ocupación de sus propias<br />

actividades, la entidad ahorradora no cubriría suficientemente<br />

las fechas del año en que el Palacio de la Música podrá estar<br />

abierto al público, lo que significa que podrá tener sus propios<br />

programas y formaciones invitadas y configurarse así como un<br />

lugar de primerísima fila en la ya hoy enorme oferta madrileña en<br />

la materia. Cuesta muy poco pensar en las posibilidades que se le<br />

abren a la Orquesta Sinfónica de la RTVE o a la ORCAM —si ésta<br />

no se va definitivamente al Teatro del Canal— como posibles<br />

huéspedes del Palacio de la Música. Sus 1500 localidades no llegan<br />

ni de lejos al aforo del Auditorio Nacional pero bien pueden<br />

ser suficientes para una programación que, conociendo el modo<br />

de actuar de la Fundación, atraerá sin duda el público necesario<br />

para ocuparlas. Los 5500 metros cuadrados del local completo<br />

permitirán, además, la construcción de una sala polivalente y un<br />

estudio de grabación.<br />

Es inevitable, igualmente, la reflexión acerca de la iniciativa de<br />

lo que podríamos llamar la sociedad civil a la hora de invertir en<br />

las artes. Independientemente de las ventajas de imagen que ello<br />

propicia no hay que dejar de lado la apuesta que frente a otras<br />

posibilidades supone dedicar a la música un presupuesto en este<br />

caso desconocido todavía. Por así decir, los madrileños han decidido<br />

por sí mismos resolver un problema que ninguna administración<br />

ni estatal, ni autonómica, ni municipal, tenía intención alguna<br />

de encarar debidamente. Y la Fundación ha prometido, además,<br />

que el gasto en el Palacio de la Música no supondrá reducción<br />

alguna en sus actividades actuales que significan tanto para<br />

Madrid. Un dinero, pues, muy bien gastado.

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