deuda externa alejandro olmos
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El 10 de enero de 1984, el juez Martín de Anzoátegui, a cargo del Juzgado<br />
en lo Criminal y Correccional Federal N° 2, envió un oficio al Congreso<br />
(se publica en este libro) en el marco de la causa "Olmos Alejandro s/denuncia<br />
por defraudación a la Administración Pública", manifestando que el tema<br />
de la investigación de la <strong>deuda</strong> excedía las posibilidades del Juzgado, y<br />
que siendo el Parlamento el que por mandato constitucional tiene la facultad<br />
de arreglar la <strong>deuda</strong> pública, debe intervenir para llegar a un esclarecimiento<br />
definitivo del tema. Al poco tiempo de ingresado el oficio judicial, los<br />
diputados justicialistas Adán Pedrini y Miguel Unamuno presentaron un<br />
proyecto para la creación de una Comisión investigadora. A pesar de las resistencias<br />
del bloque radical, la iniciativa se trató sobre tablas.<br />
En agotadoras y extenuantes sesiones hablaron los diputados de todos<br />
los bloques, muchos de los cuales siguen actuando hoy en el Parlamento. El<br />
Dr. Raúl Baglini, en ese entonces presidente de la Comisión de Presupuesto<br />
y Hacienda, se opuso a la creación del ente investigativo y por supuesto a la<br />
posibilidad del no pago de la <strong>deuda</strong>. Su facundia oratoria lo llevó a plantear<br />
un panorama apocalíptico de no cumplirse con el pago de las obligaciones.<br />
Federico Storani y Leopoldo Moreau sostuvieron que la <strong>deuda</strong> era inmoral.<br />
Alvaro Alsogaray planteó que la <strong>deuda</strong> no era "moral ni inmoral, era <strong>deuda</strong><br />
y lo grave la forma en que fue contraída". El peronismo que apoyó la iniciativa<br />
no pudo imponer el proyecto que fue rechazado por la mayoría. Las sesiones<br />
del Senado fueron parecidas en cuanto a la intensidad del debate, pero<br />
igualmente nada se resolvió.<br />
La Comisión de Ilícitos del Senado se disolvió sin tener voluntad de investigar<br />
nada, y la <strong>deuda</strong> siguió en cuanto a su negociación en manos del<br />
Ejecutivo. El Congreso siguió evadiendo sus responsabilidades, como lo hace<br />
hasta ahora. Sus sesiones resultan un verdadero compendio de hojarasca<br />
dialéctica, la prosopopeya es cultivada con esmero, y muchas veces parece<br />
que todos hubieran perdido la memoria. Los enfrentamientos entre los bloques<br />
forman parte del folclore parlamentario. Después de los gestos destemplados<br />
y la iracundia verbal, todos confraternizan como si nada hubiera ocurrido.<br />
Hace más de quince años que se legisla de espaldas a la Nación y a las<br />
necesidades del Pueblo, y como testimonio irrecusable de esa vergüenza allí<br />
están las leyes, que muchos contestatarios de hoy votaron por disciplina partidaria,<br />
como si el destino de la República debiera subalternizarse a los intereses<br />
de los grupos políticos.<br />
La Corte Suprema no escapa a las responsabilidades que debió asumir<br />
como el máximo Tribunal de la Nación. En la última década observó una sumisión<br />
a la política del Poder Ejecutivo, convalidando atropellos como la causa<br />
judicial de Aerolíneas, y resolviendo no como el Tribunal de las garantías<br />
constitucionales, sino como el instrumento legal funcional a las decisiones<br />
del presidente Menem. La justicia federal no le ha ido en zaga, y una apreciable<br />
cantidad de causas fueron desviadas a un punto muerto. La que investigó<br />
la <strong>deuda</strong> es un claro exponente de esa claudicación judicial.<br />
No debe olvidarse como partícipe destacado del fraude de la <strong>deuda</strong> al<br />
empresariado, que obtuvo abultadas ganancias a través de la estatización<br />
de la <strong>deuda</strong> en 1982, perfeccionada en 1985 y concluido su arreglo definiti-<br />
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vo en 1992. Los responsables de los grandes grupos empresarios que continuamente<br />
hablan de la ineficiencia del Estado y lo han presionado durante<br />
décadas para vivir a sus expensas, transfiriéndole sus desafortunados negocios,<br />
obteniendo financiación para sus aventuras especulativas, tolerancia<br />
y comprensión para las operaciones fraudulentas que se llevaron a cabo,<br />
realizaron una fuga de capitales superior a los 120.000 millones de<br />
dólares, sustraídos al circuito de la producción y que no generan rédito alguno<br />
nada más que a sus usufructuarios. Ese estado tan vilipendiado ha tolerado<br />
que la parte sustancial de los créditos de los Bancos se destine a un<br />
conocido conjunto de empresas que son las eternas beneficiarías de un sistema<br />
prebendario y corrupto.<br />
Un ejemplo paradigmático del sistema de lo que podríamos llamar "subsidios<br />
estatales sin retorno", es el caso del célebre fundador de Loma Negra<br />
S. A., Alfredo Fortabat. En 1935 la <strong>deuda</strong> incobrable con el Banco de la Nación<br />
era de $ 12.500.000. Una cifra astronómica para la época. Posteriormente,<br />
a través de diversos mecanismos siguió transfiriendo <strong>deuda</strong>s al Estado<br />
y licuando pasivos. Ese viejo ardid tuvo su correlato en las dos últimas<br />
décadas con empresas como Aluar, Cargill, Renault Argentina, Suchard, Cogasco,<br />
IMPSA y una larga lista que aparece en el apéndice de este libro.<br />
Entre los corresponsables del en<strong>deuda</strong>miento están sin duda las instituciones<br />
multilaterales como el FMI, el Banco Mundial y el Club de París,<br />
que conforman junto a los Bancos acreedores una asociación transitoria para<br />
todo lo que tenga que ver con la <strong>deuda</strong>. La responsabilidad del Fondo Monetario<br />
es innegable y está documentada, ya que siempre tuvo conocimiento<br />
de cómo se gestó la <strong>deuda</strong> y se instrumentaron las diversas operaciones.<br />
Desde los inicios de la dictadura, monitorearon con eficacia los procesos de<br />
en<strong>deuda</strong>miento y refinanciación de los préstamos, además de tener una delegación<br />
permanente con oficinas en el Banco Central.<br />
El FMI y el Banco Mundial no están sujetos a las fuerzas del mercado,<br />
sino que son instituciones respaldadas por los Estados que las controlan<br />
(Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Japón, Francia, etc.) y que no<br />
rinden cuenta a los miembros de sus elencos directivos que no pertenezcan<br />
al G7, ni a los pueblos de las Naciones deudoras que sufren el impaco de sus<br />
políticas.<br />
Los funcionarios del FMI son únicamente responsables ante el Tesoro<br />
de los Estados Unidos, y se manejan con la suficiente autonomía estructural<br />
para imponer sus planes de ajuste.<br />
El FMI y el Banco Mundial obtienen sustanciales ganancias al prestar<br />
a los países pobres (lo suficiente para cubrir sus costos administrativos, que<br />
son cuantiosos) imponiendo siempre condiciones que agravan las condiciones<br />
económicas de aquéllos. Además, son instituciones protegidas, no sujetas<br />
a riesgos y pérdidas. En contraste, los deudores soberanos están expuestos a<br />
la ira de las fuerzas del mercado, y al carecer de toda protección legal, rara<br />
vez se les aplican normas mínimas que tengan que ver con los principios generales<br />
del derecho.<br />
Ante la falta de una ley internacional que rija las relaciones entre acreedores<br />
y deudores soberanos, o en otras palabras, ante la falta de un marco<br />
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