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deuda externa alejandro olmos

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legal para la insolvencia internacional o compensación por daños a la economía,<br />

ninguna de estas instituciones, como tampoco los Bancos Públicos o<br />

Privados se enfrentan al riesgo de multas legales o financieras por préstamos<br />

ilegales, corruptos o ilegítimos a deudores soberanos. Más aún: el daño<br />

ocasionado por negligencia grave no afecta a las instituciones financieras internacionales.<br />

Perversamente, a un préstamo que ocasiona daños le sigue<br />

otro para reparar el daño, y la espiral de perjuicios aumenta sin solución de<br />

continuidad.<br />

Esta es la realidad, no de un modelo sino de un sistema que es inmune<br />

a los distintos modelos, y que sólo es objeto de modificaciones coyunturales<br />

para que siga subsistiendo con eficacia. T. Veblen lo describió magistralmente<br />

y Galbraith, en su célebre obra La sociedad opulenta, puso muy<br />

en claro muchos de sus mecanismos. Se trata del dominio de los que tienen<br />

acceso al capital financiero y lo controlan, y no dan cuenta ni al mercado, ni<br />

al estado de derecho, ni a las instituciones democráticas.<br />

La globalización como una forma virulenta y actualizada del capitalismo<br />

ha demostrado, en las últimas dos décadas, su poder destructivo sobre los<br />

pueblos pobres, en<strong>deuda</strong>ndo a límites no conocidos a los países en vías de<br />

desarrollo. Joseph E. Stiglitz, en El malestar de la globalización, ha efectuado<br />

una ajustada descripción del sistema y la perversidad de sus consecuencias<br />

sobre los pueblos.<br />

El complejo entramado de funcionarios, legisladores, magistrados, banqueros,<br />

empresarios y organismos como el FMI y el Banco Mundial, ha permitido<br />

-hay que tener la debida conciencia de ello- que haya una continuidad<br />

funcional en el fraude del en<strong>deuda</strong>miento externo, que sin la complicidad<br />

de todos ellos no podría haber subsistido hasta hoy. Quizás en los comienzos,<br />

allá por 1976, los procedimientos no fueron muy prolijos, pero luego se perfeccionaron<br />

los mecanismos operativos a través de diversas formas de ingeniería<br />

financiera, que consolidaron la estructura de la <strong>deuda</strong> bajo la apariencia<br />

de la legalidad.<br />

Los que participaron en la destrucción de nuestra economía son, con algunas<br />

variantes, los que hoy aparecen ocupando cargos en los tres poderes<br />

del Estado. Son los mismos que por acción u omisión han conducido a la Argentina<br />

a su actual estado de postración, condicionando sus posibilidades futuras<br />

y convirtiéndola en coto de caza de los mercados financieros, las empresas<br />

transnacionales y los organismos multilaterales de crédito, quienes<br />

continúan con su operatoria y persisten en exigencias para obtener lo que<br />

aún subsiste, presionando al Gobierno Nacional a aceptar las decisiones que<br />

se toman desde el exterior. El reciente acuerdo con el FMI es un claro ejemplo<br />

de ello. Las mismas recetas de siempre, los mismos planteos, la misma<br />

insolencia del poder.<br />

Hace tres años que la cuestión de la <strong>deuda</strong> estalló, mostrando las aristas<br />

de su extrema peligrosidad para el adecuado funcionamiento de nuestra<br />

economía. Durante la gestión del Dr. Menem, nadie habló de lo que significaban<br />

las obligaciones <strong>externa</strong>s, y la casi totalidad de la clase política miraba<br />

hacia un costado cuando aparecía un circunstancial cuestionamiento. Todos<br />

sostenían que se trataban de compromisos ineludibles y que discutirlos<br />

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significaba arriesgarse a provocar una catástrofe de imprevisibles consecuencias.<br />

Parecía que las apocalípticas predicciones de Baglini, en 1984, se<br />

harían realidad si se enfrentaba el problema con una concepción distinta de<br />

la utilizada hasta ese momento. Los economistas referenciales, a cuyo magisterio<br />

se apelaba, tenían el mismo discurso: "hay que pagar". Toda la cuestión<br />

referida a un posible ilegitimidad de las obligaciones fue siempre considerada<br />

como un mero ejercicio de diletantes, carentes de toda formación<br />

económica, o parte del habitual discurso de los grupos de izquierda.<br />

Naturalmente, que el meollo de esta concepción está en considerar la<br />

imposibilidad de que la Argentina tenga un destino independiente, y que deba<br />

someterse a un esquema de poder en el que su capacidad de decisión no<br />

exista. Lo ha explicado muy bien, con su habitual franqueza, el politólogo<br />

Carlos Escudé, que fuera asesor del canciller Di Telia y frecuente visitador<br />

de los claustros universitarios de los Estados Unidos y Gran Bretaña, quienes<br />

financian con suculentos subsidios sus desbordes intelectuales. Al exponer<br />

su teoría de lo que él llama "el realismo periférico" ha planteado que en<br />

el actual esquema del poder, son los Estados Unidos quienes deben regir<br />

nuestra política, establecer el funcionamiento de nuestra estructura económica<br />

regular, nuestra capacidad militar, y el que nos fije el espacio geopolítico<br />

que le convenga. Esta transparente exposición de realidades no quiere<br />

ser advertida por la clase política, que atada a las formalidades de la democracia<br />

y no a su real ejercicio, no toma debida conciencia de que, con el actual<br />

sistema, la Nación no tiene destino.<br />

Hay un proyecto de país que lleva más de 26 años de vigencia, más allá<br />

de algunas variantes superficiales en el manejo de la administración del Estado,<br />

que observaron los dos partidos que se turnaron en el poder después de<br />

la finalización de la dictadura. El problema del en<strong>deuda</strong>miento ha permanecido<br />

invariable en cuanto a las modalidades desde su estructuración en<br />

1976.<br />

Como consecuencia de la dictadura, se gestó la <strong>deuda</strong>: el gobierno radical<br />

negoció como pudo, aceptando las imposiciones habituales, pero no fue<br />

mas allá en incrementar la misma de lo determinado por las sucesivas renegociaciones,<br />

hasta que abruptamente se cortaron los pagos.<br />

Fue al llegar Menem al poder cuando se pusieron en ejecución los planes<br />

proyectados por los mercados financieros, y se siguieron fielmente las recetas<br />

del Fondo. El resultado es ampliamente conocido: jubilaciones en manos<br />

de financistas; transnacionalización de la estructura bancaria; una<br />

educación pública limitada a lo indispensable y con graves carencias; la estructura<br />

industrial básica en mano de capitales extranjeros; una atención<br />

sanitaria deficiente; las empresas públicas liquidadas a precios de remate;<br />

una desocupación escalofriante con niveles de indigencia sin antecedentes, y<br />

por último, un Estado reducido a ser un mero ente administrador de lo poco<br />

que queda. Las pruebas del éxito de este proyecto imperial y desintegrador<br />

están a la vista.<br />

En este penoso pero necesario recordatorio de la tragedia argentina, no<br />

está además insistir en algunos datos, para que los desmemoriados de siempre<br />

no nos sigan embaucando con sus fuegos de artificio.<br />

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