Narrar el propio cuerpo. Retórica modernista de la enfermedad

prognosis seguros. Esta impotencia llega a la parodia cuando dos médicos inexperos
recoren la lista complen de las neurosis finiseculares tratando de estabilizar el
movimiento desordenado de los signos patológicos que erráticamente recorren el
cuerpodeFemández (l9l). Hastraaquíla esperadareacción contrael saberclínico,pues,
como ya habfamos observado en ol¡as ocasiones, los médicos vuelven a ocupar un lugar
ambiguo. Si bien es cierto que no pueden descifra¡ con precisión el sentido de lo
patológico, son ellos los que dan a Fernández los eslabones que necesita para armar una
interpretación altemativa, deudora de la literatura y de los sueños: Sir John Rivingon,
facilitándole un cuad¡o prerrafaelita que puede explicar estéüca y racionalmente el
origen de las alucinaciones de Fernández (l 7 l); Charvet, revelándole la identidad de la
dama del cuad¡o (198).
En novelas como fdolos rotos (1901) y Sangre patricia (1902) de Manuel Díaz
Rodríguez y La tristeza volupluosa (1899) de Dominici, este esquema autobiogriífico
de la convalescencia aparecc transformado y fracl.urado en dos. El desdoblamiento
analítico del yo y la oscilación ambivalcnte cntrc la perspcctiva decadente y la clínica,
se trasladaa dospersonajes independientes pero amigos,el arüsta/intelectualhisterizado
y el médico lúcido (Alberto y Enazabel; Arcos y Olivares; Soria y Lagrange,
respectivamente), donde el segundo represent¿ el estadio superior y la estabilización de
laconvenión secularprovocadaporlaconvalescencia (todosellos la hanexperimentado
o conviven con ella), es decir, la conversión secular del decadente modernisüa en un
intelectual comprometidot6. Esta transformación de la escena convalesciente no supone
un rechazo de las iluminaciones neuróticas dcl esteta, sino una refuncionalización de su
senüdo. La conversión moral rcquiere como estadio previo la perspectiva irónica de la
experienciacorporal estético-decadente. JoséEnrique RodóenArie/ (1900)explica este
desplazamienfo con la alegoría de la mujer enajcnada que se viste de novia mientras
espera obsesivamente "al que vgndrá"r7.
16. Sobre el tralamiento en la novela modcrnista de la figura del intelectual, como categoría
modern4 cfr. Olivares. Meycr-Miruremann analiza este aspecto como una tersión entre la
"sensibiüdad finisecula¡" y las imposiciones dc Ia rcalidad latinoamericana y su posición
dependiente (capínrlo VI).
17. "Hay vecqs en que, por una alte¡ación del rit¡no triunfal, cruzan la historia humana
generaciones destinadas a personificar desde la cura, Ia vacilación y el desaliento. Pero ellas
pasan
-,
no sin haber tenido quizás su ideal como las otras, en forma negaúva" (36); y as( "el
hastío [...] se convierte en vigilante estímulo de la acción" (43) y Ia ley moral se reconsüuye
según una estética apolfnea de la conducta y del cuerpo (62). Las referencias bibliográficas
en el ensayo de Rodó revelan un reacomodamiento del sistcma de elecciones eséticointelectuales
eri ciertas zonas del modemismo, Las conexiones de Ariel con la literatr¡ra
europeapasansobre todoporlos"conve¡sos"del findesiglo que, despuésdesu "faseestéticodecadente",
se convi¡tieron al ca¡oücismo y/o al nacionalismo antisemita. Bourget y Barrés
son los casos ejemplares. Por ora partc, no deja de ser significativo que Rodó se refiera
-
si bien con reservas- en su texto programático a la figura nietzscheana del superhombre, la
fase vital del convalesciente que se independentiza y es incorporada más tarde por el discurso
fascista.
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