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Enero - LiahonaSud

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una vez que lo enfrentó, contempló<br />

la situación desde un punto de vista<br />

humorístico, convirtiendo así en<br />

un "beneficio" lo que podría haber<br />

sido parte del "precio", y haciendo<br />

de ella una experiencia agradable<br />

para recordar.<br />

También Wilford Woodruff<br />

pudo ver el lado humorístico que<br />

encerraban las penalidades de<br />

su misión. Una de ellas, sucedió<br />

en enero de 1830. Wilford y su<br />

compañero habían caminado durante<br />

dos días sin tener nada que<br />

comer. El primer día se enfrentaron<br />

a un oso, se perdieron, fueron<br />

seguidos por los lobos y, finalmente,<br />

ya avanzada la noche, llegaron<br />

a una cabana, donde no les<br />

dieron nada de alimento, aunque<br />

les permitieron dormir en el piso.<br />

Aquél, según lo describe el élder<br />

Woodruff, fue "el día más arduo<br />

de mi vida". A la mañana siguiente,<br />

caminaron casi veinte kilómetros<br />

bajo lluvia hasta la casa de un hombre,<br />

para descubrir que éste había<br />

estado entre el populacho que el<br />

año anterior había echado a los<br />

santos de sus hogares en el Condado<br />

de Jackson, Misurí. Al llegar<br />

a la cabana, la familia se aprestaba<br />

a tomar el desayuno. Del relato del<br />

élder Woodruff leemos:<br />

"En aquellos días en Misurí<br />

tenían la costumbre de invitar a<br />

comer incluso a los enemigos, así<br />

que nos invitaron a compartir su<br />

desayuno. . . El sabía que éramos<br />

mormones, y tan pronto como empezamos<br />

a comer, comenzó a maldecir<br />

a los mormones. En la mesa<br />

había una enorme fuente de tocino<br />

y huevos y pan en abundancia, y<br />

su constante maldecir no disminuyó<br />

nuestro apetito; por el contrarío,<br />

cuanto más maldecía él, más engullíamos<br />

nosotros, hasta que<br />

nuestros estómagos quedaron<br />

satisfechos. Entonces nos levantamos,<br />

tomamos nuestros sombreros,<br />

le agradecimos por el excelente<br />

desayuno y nos marchamos. Lo<br />

último que oímos de él fueron sus<br />

maldiciones. Confío en que el<br />

Señor lo ha de premiar por el desayuno<br />

con que nos obsequió." 6<br />

Un último ejemplo de dedicación<br />

y fe nos lo brinda la vida de Matthew<br />

Cowley. Después de asistir el<br />

primer año a la universidad en<br />

Salt Lake City, decidió que, al año<br />

siguiente, en lugar de volver a los<br />

estudios deseaba cumplir una<br />

misión. No tenía más que diecisiete<br />

años, pero recibió el llamamiento<br />

y fue enviado a Nueva Zelandia<br />

para trabajar entre los maoríes. En<br />

su diario élder Cowley nos dice<br />

que los mejores compañeros que<br />

tuvo fueron las pulgas, ya que lo<br />

acompañaban fielmente día y noche.<br />

De su propio relato, leemos:<br />

"Después de la oración me retiré<br />

a mi cuarto y antes de acostarme me<br />

fortifiqué contra las pulgas, frotándome<br />

todo el cuerpo con insecticida<br />

y espolvoreando una capa del mismo<br />

sobre la cama. Confiaba en que de<br />

esta forma las dejaría pasmadas. . .<br />

Al día siguiente, al levantarme,<br />

encontré en la cama multitud de<br />

cadáveres, lo que me hizo sentir<br />

como un nuevo Napoleón, vencedor<br />

en la batalla." 7<br />

Élder Cowley tuvo que aprender<br />

el idioma trabajosamente y<br />

durante los tres primeros meses<br />

de su misión no tuvo compañero.<br />

Todas las mañanas, a las seis, se<br />

iba a un bosque cercano a estudiar<br />

el evangelio, el idioma y a orar o<br />

ayunar. Pasaba allí once horas todos<br />

los días. A los tres meses estaba<br />

en condiciones de predicar a los<br />

nativos en su lengua materna, y<br />

esta experiencia hizo que sintiera,<br />

según sus propias palabras, "un<br />

fuego en el pecho como jamás<br />

había experimentado ni volví a<br />

sentir nunca."<br />

Juzgando por las experiencias

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