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Enero - LiahonaSud

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El vendedor de flores de Manila<br />

por Agnes M. Pharo<br />

Ilustrado por Sherry Thompson<br />

A Tamayo generalmente le gustaba el día de mercado<br />

en Manila; disfrutaba de los alegres sonidos<br />

y los penetrantes aromas de la plaza del mercado;<br />

le gustaba ver cómo el brillo del sol hacía relucir las<br />

canastas de flores, los adornos de caracoles y la ribera<br />

del mar azul. Pero ese día no se sentía feliz.<br />

—Nuestra vecina, la señora de Olid está enferma y<br />

debo cuidarla—le había dicho su abuela—Necesitamos<br />

dinero para la comida, y la única forma de conseguirlo<br />

es vendiendo nuestras flores. Tú eres la única<br />

persona con quien puedo contar para llevarlas al<br />

mercado, Tamayo.<br />

"¡Sólo las mujeres y las niñas venden flores!",<br />

musitaba el muchacho, mientras se dirigía al mercado.<br />

"¡Espero que José no me vea!"<br />

Había empezado su día temprano, tan temprano<br />

que el sol todavía no se había asomado por sobre<br />

las montañas. Pasó junto al lago, que apenas se veía<br />

escondido entre los espesos árboles, y se encaminó<br />

por la senda que estaba como colgada a la ladera<br />

de la montaña. Desde allí pudo divisar el océano<br />

manchado de blanco por las veías de los barcos pesqueros.<br />

Al llegar al camino polvoriento que conducía a<br />

la villa, vio muchas mujeres y niñas cargando pesadas<br />

canastas de flores sobre la cabeza. Tamayo pudo ver<br />

las miradas picarescas que le echaban al pasar y oír<br />

los comentarios, acompañados de risillas burlonas.<br />

Esto era bastante desagradable, aunque él sabía<br />

que sería peor más tarde, cuando los hombres y los<br />

muchachos llegaran a! mercado, guiando sus carabaos<br />

cargados con cocos, plátanos y leña. ¡Cómo se reirían<br />

de él. . . especialmente José!<br />

Sacudiendo la cabeza, como para alejar aquellos<br />

pensamientos, se dirigió al lugar que ocupaba siempre<br />

su abuela, junto a la señora de Andino, quien<br />

lo miró con curiosidad.<br />

—¿Vas a vender tú las flores hoy?—le preguntó.<br />

—Mí abuela no pudo venir—Tamayo sintió que la<br />

cara la ardía al responder cortésmente.<br />

—Tienes que arreglarlas bien—le dijo la mujer.<br />

—Sí. Como lo hace mi abuela.<br />

Colocó las margaritas amarillas y rosadas, las hermosas<br />

rosas rojas y los grandes lirios blancos, y se<br />

alejó un paso para contemplar su trabajo. El arreglo no<br />

era tan bueno como esperaba, pero no sabía tampoco<br />

qué hacer para que fuera mejor. La señora de<br />

Andino podría haberlo ayudado, si no estuviera ya<br />

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