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Enero - LiahonaSud

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ocupada con sus dientas. Todo lo que podía hacer era<br />

aguardar, con la esperanza de que alguien le comprara<br />

también a él.<br />

Cuando los primeros rayos del sol comenzaron a<br />

escabullirse por entre los techos de palma de la villa,<br />

Tamayo oyó el golpeteo de los cascos de los animales<br />

en los adoquines de la calle. ¡Los hombres llegaban al<br />

mercado! El niño se acurrucó en un rincón, con el<br />

deseo de esconderse y olvidar la venta de las flores.<br />

De pronto la señora de Andino exclamó:<br />

—¡Mira! Allá viene José, pavoneándose por la<br />

plaza. Seguro que está por molestar a alguien.<br />

A Tamayo le pareció que el corazón se le daba<br />

vuelta; por el gesto de José sabía que ya había divisado<br />

al extraño vendedor de flores. El muchachito se<br />

encogió un poco más; sólo la idea de la desilusión<br />

que tendría su abuela si volvía a la casa con las manos<br />

vacías, le impidió echarse a correr. José se detuvo<br />

frente a él.<br />

—¡Ah!—se burló mientras agarraba un puñado de<br />

margaritas, lo destrozaba y lo tiraba al suelo—¡Miren<br />

a la señorita Tamayo vendiendo hierbajos!<br />

A Tamayo lo inundó la ira al recordar cuánto había<br />

trabajado su abuela para tener flores hermosas y<br />

sanas; olvidando el temor se acercó a José, gritándole:<br />

Basta!<br />

—¡Apártate de mi camino, señorita!—respondió<br />

el otro, dándole un empujón.<br />

Y Tamayo se encontró de cara al suelo sobre los<br />

adoquines, mientras oía las risotadas burlonas del<br />

fanfarrón que se alejaba. Se levantó lentamente, frotándose<br />

los magullones.

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