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Enero - LiahonaSud

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—Ese José es un bravucón—murmuró la señora de<br />

Andino, mientras le centelleaban los ojos. ¡Pero eres<br />

afortunado, porque podía haber sido mucho peor.<br />

El muchacho se miró la camisa desgarrada y dijo<br />

con tristeza:<br />

—Así es. Espero que no vuelva.<br />

Pasó el día y finalmente el sol comenzó a esconderse<br />

tras el lejano horizonte. El corazón de Tamayo<br />

estaba alegre; había vendido todas las flores y tenía<br />

los bolsillos llenos de monedas. "Abuela se pondrá<br />

contenta", pensó. "Tengo que apurarme a llegar a<br />

casa antes de que oscurezca". De pronto se estremeció.<br />

"¿Y si José estuviera esperándome escondido en el<br />

camino?"<br />

Pero a pesar de sus recelos, emprendió el camino<br />

de regreso. La brisa era fresca después del caluroso<br />

día, y la podía sentir a través de la camisa desgarrada<br />

mientras subía penosamente el sendero de la montaña.<br />

Cuando pasaba junto al pequeño lago escondido<br />

sintió un grito que lo hizo detenerse a escuchar. "Tal<br />

vez fuera sólo el viento", se dijo por fin. "O algún<br />

pájaro nocturno". Entonces volvió a oírlo.<br />

—¡Socorro!<br />

Como un rayo, el niño corrió a mirar por entre las<br />

ramas bajas. A varios metros de la orilla vio a alguien<br />

fuertemente asido a un tronco, luchando por mantenerse<br />

a flote.<br />

—¡José!—murmuró.<br />

Vaciló por un instante, pero sabía que no obstante<br />

lo que José le había hecho, tenía que tratar de salvarlo.<br />

Mientras se quitaba la ropa, le gritó:<br />

—¡Aguántate! Ya voy a sacarte.<br />

No le fue fácil ayudar al muchacho, mucho más<br />

grande que él, y en ese momento luchando presa del<br />

pánico; hubo una oportunidad en que estuvo a punto<br />

de hundir a Tamayo también. Tuvo que hacer un<br />

gran esfuerzo, pero lenta y seguramente, pudo llegar<br />

a la orilla. Cuando finalmente la alcanzaron, ambos se<br />

dejaron caer al suelo exhaustos y temblorosos.<br />

Al recobrar el aliento, José le dijo:<br />

—¿Por qué estabas nadando, José? Ya es casi de<br />

noche.<br />

—Me dolían los pies y sólo pensé en caminar un<br />

poco en el agua para refrescármelos, pero resbalé<br />

en un pozo. Y no sé nadar. ¡Qué suerte que tú sabes!<br />

—Y que pasé por acá en el momento preciso—<br />

asintió Tamayo.<br />

José dejó caer la cabeza.<br />

—A menudo he hecho daño a los demás. Hay<br />

muchos que me habrían dejado ahogar.<br />

—Si yo lo hubiera hecho, también estaría haciendo<br />

un daño. Eso me ha enseñado mi abuela siempre.<br />

—Me siento avergonzado de haberme burlado de<br />

ti y haberte empujado—continuó José—Eres valiente.<br />

Me gustaría ser tu amigo.<br />

Tamayo sonrió y comenzó a vestirse.<br />

—Vamos amigo—dijo—No estamos lejos de nuestras<br />

casas. Iremos juntos.<br />

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