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Vitrinas(lado b)Desde temprana edad me quedó claro que la historia se componede desastres consecutivos. Las anécdotas felices son material pobrepara la historia de la humanidad. Los cumpleaños y las comidasfamiliares se olvidan con facilidad; la evidencia de esas interaccionescotidianas, encapsuladas en fotos anodinas, aburre. En cambio,los desastres se quedan fijos en la memoria: las muertes, los suicidios,las largas enfermedades, ésas nadie las olvida. Más allá de lacatástrofe privada, nuestra historia personal se invade de desastrespúblicos: mi abuela vivió la Gran Depresión; mis tíos abuelos, laSegunda Guerra Mundial; mi madre protestó contra la Guerra deVietnam, a mi padre le tocó el 68. ¿A nosotros qué nos tocará?Cuando al desastre público se agrega un testimonio —“yolo vi”, “mi abuelo lo vio suceder”— entonces el recuerdo se convierteen signo de identidad. La catástrofe marca así a las generaciones.Yo pertenezco a la generación de la gran crisis económicamexicana. Nací en una de ellas (con cuidado mi madre apuntóen su diario el escalofriante tipo de cambio del día en que nací),y me hice mayor a la par que ellas. Suponiendo que las catástrofesde la época marcaran nuestra identidad, resultaría entonces108

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