Tira(lado b)En tiempos donde la elección parece cundir como dogma resultapoco frecuente toparse con el mágico placer de la improvisación yla casualidad, especialmente cuando se trata de fotografía. El advenimientode la cámara digital nos ha otorgado la libertad de decidirsi nos gusta o no una imagen producida por nosotros mismos, yel desecho se encuentra ahora a tan sólo un botón de distancia. Decierta forma, la era digital proporciona las mismas ventajas que unespejo: uno puede elegir entre todas las miles de caras, humores,gestos y poses que se le ocurran, y guardar la favorita. Pero algo seha perdido en el camino; en toda victoria libertaria se pierde algo.Nuestra moderna imaginería reproductiva paralizó el prodigio dela resignación en cuanto obtuvimos ese pequeño botoncito quedice “borrar”. Se perdió la casualidad, la espontaneidad, la resignación,la esperanza de que nos vemos bien justo como somos, aunqueno nos guste. Eso ha quedado en el pasado.Agreguemos el hecho de que las técnicas de producción fotográficaya no son ajenas a nosotros, pues somos, en la actualidad,no sólo los cazadores, sino también los fabricadores de la imagen,unificando en nuestro hogar cámara, impresora, escáner y demás60
Ausencia compartida61artilugios que otrora jamás fueron accesibles al simple mortal. Hoyen día, a menos que sea para colaborar con la secuencia de trámitesburocráticos inevitables que requieren de fotografías retocadas enóvalos blanco y negro, con cabellos relamidos y rostro formal, nadieva ya “al fotógrafo”, es decir, a un estudio fotográfico. La naturalezamágica que custodiaba ese cuarto con luces, fondos floridos, sombrillasnegras reflectoras de luz y una suerte de misterioso nigromantedetrás de la lente se ha perdido. Sin embargo, hubo unespacio intermedio entre el estudio fotográfico y la cámara digitalindividual, un artefacto que daba mayor libertad al retratado peroque resguardaba aún las pócimas secretas de la producción de laimagen: la maquinita de fotos, el fotomatón.Como a tantos otros antes que a mí, me obsesionan las cabinasfotográficas. Estos extraños espacios de antaño retienen el misteriodel proceso fotográfico, incluso a nivel químico, pero agreganla libertad de la pose, ante la cual, sin embargo, uno debe resignarseuna vez revelada la fotografía. Cuando uno está dentro de un fotomatón,uno puede hacer lo que quiera. No hay fotógrafo que corrijala pose ni solicite una sonrisa. Dentro del fotomatón no hay nadieque nos juzgue. La lente carece de identidad oculta. Es el anhelopor esa casualidad sin mediación, y la resignación requerida porel resultado, lo que hace que mi ser interno aplauda cada vez queme topo con una de las pocas maquinitas de fotos que sobreviven.La cabina del fotomatón es un espacio privado (privacidadque se construye con sólo recorrer esa pequeña cortinilla encubridora),pero irónicamente se encuentra siempre inserto en espaciospúblicos (supermercados, ferias, estaciones de metro y demássitios concurridos). Tener que esperar a que se revelen las imágenestiene su magia propia: la de la impaciencia y la expectativa. Obtenercomo resultado cuatro imágenes únicas, en lugar de cuatro idénticas,abre toda una gama de posibilidades para el sujeto fotografiadocomo partícipe de la imagen.