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Ausencia compartida115ex perimentar eso de manera directa. Yo lo quería… Quizás era unapersona inquisitiva. Tenía que ver todo eso yo mismo. Soy tan realista,sabes, que tengo que verlo todo con mis propios ojos parapoder confirmar que es de esa manera. Tengo que experimentar elfondo más infinito y nefasto de la vida por mí mismo.Los grabados de la serie La Guerra de Dix evocan angustia,claustrofobia, saturación. Nos hacen sentir como un personaje másde ojos desorbitados huyendo del bombardeo en la ciudad de Lens.Nos hacen sentir que todos tenemos capacidad para desquiciarnosante el horror y la crueldad. Todos podríamos ser el soldado queviola a la monja y la monja violada por el soldado. En el meollode la guerra no hay bandos, ésa es la certeza del caos: el instantedonde se borra el límite entre quién es quién. Es entonces cuandocompartimos la soledad del soldado abandonado en pleno apocalipsis,aun cuando nunca lo hayamos vivido. Los desastres de laguerra responden al sentido común humano, repitiéndonos, infinitamente,el absurdo y la irracionalidad de la guerra.No es gratuito que tantos de los personajes de Dix estén locosy desquiciados. Casi dejan de ser humanos. Los trazos que los formanson agudos, angustiantes, especialmente aquellos hombresque avanzan con sus máscaras de gas, casi deshumanizados al carecerde rostro. Como surgidos de otro mundo subterráneo dondela mirada no fuera necesaria, cual si vivieran en un espacio dondesólo existiera el lenguaje de la amenaza, avanzan implacables sobrela tierra, con sus líneas de tinta, embarrándolo todo de obscuridad.Entonces recordamos que esos mismos soldados, los que se resguardantras las máscaras, también comen. Además de latas de gas,dentro de la mochila llevan latas de comida que deberán engullir allado de los cadáveres que resultarán ser su única compañía.

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