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CRISIS DEL CRISTIANISMO - Ediciones Universitarias

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<strong>CRISIS</strong> <strong>DEL</strong> <strong>CRISTIANISMO</strong>/meditacionesNingún Dios me ha castigadojamás en la intimidad demi conciencia. En lugar decastigos he recibido consuelos ytranquilidad de alma.prejuicios para encajarme en la realidad,entre más cuestionaba un pensamientoreligioso no sólo por lo que hace a sus ritualesy a sus desviaciones manifiestas, sinopor lo que apunta a los postulados mismosde mi fe de adulto, más se enriquecían yse fortalecían de manera extrañísima misconvicciones de hombre cristiano.Greene y Mauriac me enseñaron quela pintura del mal, con todo y su pesimismoy su crudeza y su desgarramiento, aludemás a Dios y a su gracia que las pinturasapologéticas de la novelística piadosa. Noera verdad que el escritor cristiano estuvieraexpulsado de la literatura universalni tuviera prohibido el ejercicio de la novela;desde siempre estaba llamado a ella,pero no en su dudosa calidad de apóstol,sino en el papel de testigo, incluso de profeta.La capacidad del cristiano como observadorimparcial de la realidad, mercedjustamente a su innata posición de corresponsable,le permite mejor que a muchosotros acometer la realidad sin temores, sinaspavientos, sin falsos intentos para mejorarlo que está fuera de su alcance. El nojuzgarás del cristianismo, el mandamientodel amor por delante de la búsqueda de lajusticia, esa profunda libertad para decir,para pensar, para escribir, que proporcionael sentimiento de filiación con Dios, sontodas características —se podría decir exigencias—de cualquier preceptiva novelística.El cristiano tiene como ley moralde su condición la misma ley moral querige al novelista en su oficio.Esto lo fui descubriendo al leer aGreene, a Mauriac y a todos los católicosque vinieron después o simultáneamente:Evelyn Waugh, Léon Bloy, Bruce Marshall,George Bernanos, Heinrich Böll...Se podía ser hombre de fe y buen novelista,descubrí entonces. Es más, el serhombre de fe en el siglo XX facilitaba latarea narrativa porque el hombre de fe,entendido como yo lo quería entender entonces,parece abocado por la propia naturalezade su creencia a interesarse más—sin juicios de por medio, con absolutagenerosidad— por la realidad que locircunda, por el estallido del fenómenohumano.Muchos años después no me preocupamás el tema, así. Ni siquiera me esforzaríaen demostrar mi condición de creyenteo de cristiano en relación directa con la literatura.La realidad de mi trabajo me laimpuso como temática de toda mi novelísticay toda mi dramaturgia, pero no meinteresaría mantenerme fiel a ella.Fue una obsesión, pero ya pasó tal vez;ya está pasando quizá. Me interesa analizarlaporque el tema de la fe se constituyódesde mi primer libro en un centrode gravedad vital. Usé la narrativa, usé ladramaturgia y he usado con frecuencia elperiodismo para cuestionar conviccionesde mi propia constitución religiosa y dela constitución religiosa de mi ambiente,de mi historia, de mi país. Lo mismocuando traté de hacer de Jesucristo unvelador depravado, miserable, asqueroso,que cuando lo inventé como un proletarioacelerado de nuestros barrios. Siempreencontré que mis intenciones blasfemasy mis propósitos exploradores y demo-ledores se desmoronaban ante una fe quea la manera de una fuente brotaba conmás fuerza del corazón mismo del escrito.Quería de algún modo oprimir a Dios sunariz de payaso, y Dios me devolvía noun castigo a mi atrevimiento, a mi faltade respeto, a mi herejía, sino la bondadosasonrisa de una persona que se quita lamáscara, se desprende incluso de su narizesférica y me entrega dentro de unpaquete envuelto para regalo una buenadosis de fe renovada, depurada, inclusoun poquito más madura.Me la he pasado haciendo maldades ala religión en mis novelas y obras de teatro,travesuras a mis creencias: he pergeñadoparáfrasis radicales, panfletos anticlericales,burlas privadamente irreverentes, indecenciasde todo tipo, y no he recibidoa cambio la resequedad del corazón queme aseguraban los moralistas como castigo.Ningún Dios me ha castigado jamásen la intimidad de mi conciencia. Enlugar de castigos he recibido consuelosy tranquilidad de alma. Mi obstinaciónpor ver el mundo como es me ha hechoquerer más a ese mundo. Mi pesimismonovelístico me ha hecho un hombre fundamentalmenteoptimista. No soy felizporque soy un neurótico irremediable,pero podría asegurar que la oportunidadde haber respondido con absoluta entregaal llamado de mi vocación, me posibilitópara ser un hombre cabal. Quierodecir: un hombre de fe. Soy un hombrede fe. Gané la fe a fuerza de impugnarla ypienso que una de las grandes funcionesque le compete cumplir a la literatura esla de esta impugnación. No sólo a una fereligiosa o a un esquema ideológico, sinoal concepto mismo de nuestra realidad.La puesta a prueba de la realidad.El novelista de hoy parece invitado asuspender su reflexión íntima sobre el mundoy el hombre, para ponerse a dar testimoniode ese mundo y de ese hombre. A decircómo es y qué le ocurre. A describirlo, no ajuzgarlo. A desentrañarlo, no a modificarlo.A amarlo incondicionalmente, si se puede:un poquito a la manera en que suponemosnos mira y nos ama Dios.8 IBERO

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