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CRISIS DEL CRISTIANISMO - Ediciones Universitarias

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<strong>CRISIS</strong> <strong>DEL</strong> <strong>CRISTIANISMO</strong>/meditacionesSoy unhombre defeVicente LeñeroNovelista, dramaturgoy periodista. Autor deEl evangeliode Lucas GavilánPara EstelaEn los cincuenta, incluso a finesde los años cincuenta, antesdel Concilio, vivo todavía elterrible Pío XII, no era fácilen México, para un católico,ser novelista. Al menos así lo entendía yodesde una óptica que trataba de considerarreligiosa, pero que en realidad podíadefinirse como fanática; es decir, derivadade un fanatismo inoculado desde la infanciamás por las instituciones de enseñanzaescolar que por nuestros padres enel ámbito de la familia.Educado por los religiosos lasallistasbajo el precepto de que los libros son, sí,muy importantes, pero muy peligrososcuando se trata de obras de ficción, la literaturase me presentó desde la edad primariacomo un terreno minado. Se podíay se debía transitar por ella —según nosentusiasmaban en la secundaria los maestrosde literatura—, pero era preciso tenermucho cuidado de no pisar, como quienpisa un excremento callejero cuando nouna bomba de la de a de veras, las trampaspecaminosas de los libros prohibidos.Era enorme el inventario de los libros prohibidos.Y no sólo los que figuraban en elvetusto índice del Santo Oficio (Dumas no,Víctor Hugo no, Maquiavelo no, Zolano...), sino también todo escrito narrativodonde se contara “de manera vívida”la comisión de los pecados, o se “hiciera laapología” de existencias erradas y de ideascontrarias a los principios de la moral yla teología cristianas. La literatura no erapara observar el mal ni para regodearsecon el error, la literatura de ficción deberíaservir o servía —si es que servía— paramostrar caminos de salvación a los lectores,para enderezar destinos, para llevarmensajes de optimismo a una humanidadsiempre considerada como objeto pasivode redención. Los libros, la literatura, lanovela debían transformarnos en mejoresMis dificultades ideológicascomenzaron cuando se tratóde escribir narrativa queera al fin de cuentas miverdadera vocación.cristianos de acuerdo con los moldes deuna dogmática ortodoxia al margen de lacual no existía la salvación eterna.Transcurrida la adolescencia y agotadoslos libros de aventuras (Verne, Salgari,Twain), las vidas ejemplares (Staurofila,Quo Vadis, El divino impaciente), los novelistasrosas (Rafael Pérez y Pérez) y los primerosclásicos que tanto trabajo costabaentender, el futuro libresco parecía flacode oportunidades. Ya había dejado atrás alos religiosos lasallistas, pero su mentalidadcerrada encontraba prolongación enel súper ego de la mentalidad no menoscerrada de las organizaciones de la accióncatólica. Desde el conflicto religioso delos años veinte —resucitado fugazmenteen los treinta—, los ideólogos de la accióncatólica seguían entendiendo la literaturanarrativa como un terrible peligro moral—en el peor de los casos—, o como unafrivolidad de la que se podía prescindir orescatar —en el mejor de los casos—, si seenderezaba en vistas al mejoramiento delalma y a su consecuente salvación.Ser lector, dentro de un marco así ybajo estas condiciones, representaba emprenderun viaje por lugares extremadamenteseguros y con la vigilancia deun guía de turistas pronto a indicarnospor dónde caminar, qué paisajes ver, quépensar, qué sentir. Si hasta para un católicomilitante de la acción católica estos4 IBERO

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