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CRISIS DEL CRISTIANISMO - Ediciones Universitarias

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la vida. No me atrevía con nada. No meatrevía con el lenguaje, porque el lenguajeque mis primeras historias exigían estabacargado de palabrotas, irreverencias,blasfemias, obscenidades. No me atrevíacon las situaciones, porque en la reproducciónde cualquier situación verosímilsalían a pedir su lugar las pasiones, el sexo,la maldad. Ciertamente el padre Coloma,el padre Heredia, José María Pereda, JoséMaría Pemán y el mismísimo Chesterton—mis modelos de entonces— sabíanasomarse de pronto a aquellos inframundosy, aunque fuera de ladito, tocaban suproblemática, pero se escapaban lo máspronto posible y en finales estentóreoshacían relucir siempre el mensaje esperanzador:sello inequívoco de todo escritorcatólico.“Un novelista católico no puede serpesimista —me aleccionaba don AlfonsoJunco—, porque la esencia misma del católicoes el optimismo, que deriva de la fe.Un católico sin fe no es un católico, y unescritor pesimista no podrá considerarsejamás un escritor católico”.Yo escuchaba boquiabierto a donAlfonso Junco y le respondía que sí, quesí, que tenía él toda la razón: convencidosiempre de esa misión apostólica adesarrollar mediante la literatura. Así, enmis primeros cuentos, proclives no sé porqué a la desesperanza o a la tragedia, intentabaintroducir el mensaje alentador,la enseñanza trascendente, el final definitivamenteoptimista que harían de esoscuentos y de mi literatura toda la literaturainconfundible, y por ello mismo originalísima,de un novelista creyente.Pero el resultado era malo. Los tropiezos,grandes. Las dificultades, insalvables.Descubrí entonces, de pronto, el hilonegro.Como de golpe se me vinieron encimalas novelas de dos escritores que enun abrir y cerrar de ojos —es un decir—me resolvieron mi falso problema. En laobra de François Mauriac y de GrahamGreene se me aclaró el horizonte y se meiluminó un camino a seguir que andan-Graham Greene.Foto: Corbis.do el tiempo daría sentido y rumbo a mipropia carrera, cursada un poco a contrapelode las normas imperantes en la vidaliteraria mexicana de los sesenta.En François Mauriac, digo, aprendía degustar el mal como plato fuerte delfenómeno novelístico. Pero no el mal entendidodesde la perspectiva psicológicao social, sino el mal sufrido y asumidodesde una convicción teológica. Es muyprobable que la teología novelística deMauriac no resista en nuestros días unanálisis severo, pero quiero entender queen sus novelas —en las novelas que yo leíentonces entre fascinado y escandalizado:El beso al leproso, Thèrése Desqueyroux,Genitrix, Nudo de víboras, El desierto delamor...— lo católico del novelista no semanifestaba en la piedad, ni en la posibilidadde redención, ni desde luego en elcostumbrismo religioso, sino en el dramadel pecado como desbarrancamiento existencial,en la maldad asumida desde unaconciencia de fe, en la vuelta de espaldasa un Dios que no da cauce a la redención,porque la debilidad humana obstruye elcamino de la gracia. Creo recordar queen Mauriac el sentimiento de lo cristianose desangra en el fracaso ideológico delcristiano. Los llamados “valores católicos”fallan, y no sólo por la hipocresía de suspersonajes, por la doble cara de sus católicosde salón, por los intereses clericales desus sacerdotes y sus acólitos, sino tambiénsobre todo por una debilidad del alma opor una telúrica pasión que no obedecea la vocación de grandeza que deberíaalentar a los creyentes.François Mauriac.Foto: Corbis.Además y más que este Mauriac analistaa fondo de la fe y del pecado de la burguesíafrancesa, quien me sacudió comoun trapo fue el inglés Graham Greene.Empecé leyendo su trilogía de la gracia—El poder y la gloria, El fin de la aventura,El revés de la trama—, y desde entonceshasta la fecha —ahora ya sin entusiasmoenajenado— he seguido libro a libro todasu trayectoria. Importante el Greene católico.Significativa —yo diría que únicaen la literatura del siglo XX— su aplicacióndel thriller como género de aventurasal fenómeno del pecado y la gracia: lagracia de Dios, la que llamábamos graciasantificante, representando el papel de unpersonaje persecutor; en ocasiones unaforma de detective o de inspector privado,muchas veces un obcecado redentor;más bien una conciencia redentora queacosa, vigila, persigue, acorrala y terminaatrapando al pecador. Nadie como Greenepara ilustrar, sobre el clásico esquemade la novela policial, la infatigable búsquedaque realiza Dios para levantar desu caída a la criatura humana. El hombrevuelve las espaldas a Dios, se hunde ensus miserias morales e intelectuales, echaa correr para dejar atrás la fe, pero Diossale de inmediato a correr tras él, a perseguirlo,a cazarlo de manera implacable, sediría que cruel, porque el resultado, desdela óptica terrena, es definitivamente trágico,al menos triste, siempre doloroso.Leyendo a este Greene entendí lo queal cabo de los años se habría de convertiren mi metáfora privada de novelista. Entremás hacía a un lado los escrúpulos y losIbero 7

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