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CRISIS DEL CRISTIANISMO - Ediciones Universitarias

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Foto: Corbis.—Voy a ir a la agencia —le confesé.—Te va a sacar.—Que se atreva —dije con arresto.Tenía derecho de despedirme de Mariquita. Fuimos compañerasde juego mucho tiempo; después, en la adolescencia, salíamosjuntas a todas partes; y de recién casadas no nos separábamoshasta que Felipe le prohibió verme. Porque sí, sin ninguna razón.Era celoso hasta de su propia sombra.Quería no sólo decirle adiós sino hacer las paces antes de quese fuera. Hablar con ella, invocar el perdón. Yo no tenía nada encontra suya, por el contrario, la entendía. Entre su esposo y lafamilia… el esposo. Sin embargo me daba tristeza verla sufrir. Elmarido era un patán, y ella fue débil.Me cambié de ropa y le dejé un recado a Ernesto en sucelular porque no me contestó. Seguramente estaba en algunareunión de trabajo: “María murió. Está en el velatorio del ISSS-TE. Si puedes, alcánzame.”En el camino sonó mi teléfono. Como si se hubiera puestode acuerdo con mi hermano mayor dijo:—Estás loca, te va a correr.Contesté lo mismo llena de valor.Estaba en la capilla dos. No niego que entré asustada. Felipeestaba en la puerta, y no me quedó otro remedio que saludarlo.—Se me fue. Se me fue —dijo con un aliento alcohólicode días.No respondí. Había pasado la prueba del despido y me deslicéentre la gente, en su mayoría compañeros de trabajo. Busquéa mis sobrinos pero no los encontré. No estaban, me dijeron queestaban peleados con el papá. Pedí el teléfono de mi sobrina ysalí a hablarle.—Soy Lourdes, tu tía, mi hijita. Quiero saber si estás bien, siquieres venir a despedirte de tu mamá.—De mi mamá me despedí hace tiempo, tía. Mi hermano yyo nos salimos de la casa hace tres meses. Vivimos con amigos, unrato en una casa, otro en otra. No me pidas que vaya, no resistiríaver a mi papá.Me acerqué al féretro y lo abrí para verla. Tenía el semblantetranquilo. Le hablé como lo hacíamos en las noches al llegar deuna fiesta, cuando nos contábamos nuestras cuitas hasta que depronto, Ernesto puso una mano sobre mi hombro y dijo:—Será mejor que nos vayamos. Aquél —no dijo su nombre—,está por dar un espectáculo.Me volví. En efecto, se había hecho de palabras nada menosque con el papá del amigo de Manuel, el que me mandó decirque Mariquita había muerto.Así supe de la muerte de mi hermana, y desde entonces missobrinos viven en la casa. No ha sido fácil. Y no por su papá, quejamás, que yo sepa, los ha buscado.Foto: Corbis.Ibero 21

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