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Suplemento "Aquí vivía yo"

Suplemento sobre pueblos abandonados de Navarra

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18 “<strong>Aquí</strong> <strong>vivía</strong> yo” | 25 de noviembre de 2015<br />

17.00 h<br />

la sembradora<br />

18.00 h<br />

dos amantes de murgindueta<br />

Es hora de echar un vistazo a las<br />

ovejas que pastan por los alrededores.<br />

José pasa con el coche,<br />

aunque tiene otro método para<br />

vigilarlas. Puede controlar dónde<br />

están desde el ordenador, vía<br />

GPS. “No podemos dejar sin supervisión<br />

al rebaño que tenemos<br />

suelto en los prados vecinos. Por<br />

eso, las ovejas tienen un localizador”,<br />

comenta. De esta forma, a<br />

través de su página de Internet,<br />

observa el mapa de la zona, sobre<br />

el que hay varias etiquetas que<br />

señalan las horas registradas por<br />

cada desplazamiento que realizan.<br />

“La gente de ciudad no es la<br />

única que aprovecha los avances<br />

tecnológicos”, afirma sonriendo.<br />

Después de realizar una visita<br />

rápida a los corderos, vuelve al<br />

campo de patatas para comprobar<br />

cómo su hijo, Ioseba, lleva la<br />

siembra de la nueva cosecha con<br />

el tractor. Mientras le admira, explica:<br />

“Hay veces que las cosas se<br />

nos tuercen, pero si eso pasa, las<br />

enderezamos y punto. Las personas<br />

tienen capacidades innatas,<br />

pero estas también se construyen.<br />

La actitud juega un papel clave<br />

ya que, si no te apasiona esta profesión,<br />

no duras mucho tiempo”.<br />

Así lo confirma después Ioseba,<br />

que también se siente orgullosos<br />

de su trabajo. A pesar de que es<br />

un tractor muy moderno (cuenta<br />

con un ordenador y un GPS en su<br />

interior), ha surgido un problema:<br />

una de las extensiones se ha roto.<br />

Los dos hombres hacen un arreglo<br />

rápido, usando unas cuerdas.<br />

Para volver a casa, José pasa<br />

por unos caminos que frecuenta<br />

un amigo suyo: Javier<br />

Arrarás, el último nacido en<br />

Murgindueta mientras el pueblo<br />

pertenecía a Carlos Eugui.<br />

Él y sus padres conforman una<br />

de las tres últimas familias que<br />

se marcharon. “Aunque nunca<br />

fue nuestro, yo lo consideraba<br />

mi casa. Me dio tanta pena<br />

dejarlo que al principio cogía<br />

el coche y me iba a visitar la<br />

finca para ver cómo estaban<br />

los animales y la huerta que<br />

habíamos dejado allí”, confiesa<br />

Javier. Por suerte vive cerca,<br />

en Ihabar. Se alegra de que su<br />

amigo se encargue ahora de lo<br />

que era antaño su hogar. José<br />

le propone hacer una barbacoa<br />

para reunir a todos los que <strong>vivía</strong>n<br />

en ese pueblo en la época<br />

de Eugui. Javier conoce los<br />

apellidos de las familias, sin<br />

embargo, prefiere no levantar<br />

los recuerdos del pasado. José<br />

lo comprende perfectamente.<br />

21.00 h<br />

relax después de cenar<br />

La familia vuelve a cenar al rancho, como es costumbre<br />

en casa de los Ollo. Nieves tiene una mano<br />

estupenda para la cocina y los deleita con platos<br />

exquisitos. Todos devoran la comida después de un<br />

día tan intenso. De vez en cuando el bebé llora, pero<br />

hacen turnos para cogerlo y acunarlo. Al terminar,<br />

los niños salen disparados hacia el jardín y los adultos<br />

trajinan entre la cocina y el salón. Algunos ven la<br />

televisión y otros hablan en la cocina. Pero algunas<br />

noches de fin de semana deciden cambiar un poco<br />

de planes y salir de casa. Cuando quieren ir a tomar<br />

algún pincho, se van con el coche al pueblo de San<br />

Miguel. Estos últimos cinco años, José y Nieves<br />

solo han ido una vez al cine de Pamplona para ver<br />

Ocho apellidos vascos. Sus hijos les animan a salir<br />

de la zona de confort, pero rara vez lo consiguen.<br />

“<strong>Aquí</strong> estamos la mar de bien, apenas necesitamos<br />

ir a la ciudad. ¿Para qué irnos, teniendo ya todo lo<br />

imprescindible aquí cerca?”, replica José. También<br />

les encanta hacer sobremesa y charlar de la granja,<br />

de los recuerdos, de la familia... Hasta que los niños,<br />

aburridos, solicitan a su abuelo para que les lleve<br />

a hacer algo divertido. A José le encanta que sus<br />

nietos lo llamen para jugar.<br />

22.00 h<br />

juegos de noche<br />

Aparte de la burra y su cría, a Unai y a Lier también les pertenecen<br />

unas alas de buitre disecado. El ave cayó en el tendido<br />

eléctrico y murió. “Vi desde lejos algo que intentaba escapar de<br />

la valla. Me acerqué y allí estaba el buitre. Le corté las alas con<br />

un cuchillo, incluyendo el hueso. No fue tarea fácil”, señala José<br />

mientras muestra las alas. Sus nietos, orgullosos, miran con los<br />

ojos muy abiertos a José cuando explica la historia. Están muy<br />

felices de tener este trofeo.<br />

24.00 h<br />

josé vigila el rebaño vía gps<br />

Antes de acostarse, José sube a<br />

la antigua habitación de Edurne.<br />

Encima del escritorio hay un ordenador,<br />

el único en toda la casa.<br />

Lo enciende y espera pacientemente,<br />

pues al ser antiguo va un<br />

poco lento. Se mete en su página<br />

de Internet y busca, otra vez, a<br />

su rebaño de ovejas que pasta<br />

por los prados cercanos y revisa<br />

que el mapa indica lo correcto.<br />

“Esta es la última vez que reviso<br />

las ovejas. Por la mañana volveré<br />

a comprobarlo explica José. Este<br />

sistema me da mucha tranquilidad,<br />

sin embargo, voy cada día en<br />

persona a comprobar que todo va<br />

bien”. Finalmente recogen el salón<br />

entre los dos, ya que los nietos han<br />

dejado todo un poco patas arriba.<br />

Nieves espera a José ya acostada<br />

en la cama, agotada por todo el<br />

ajetreo de la familia. Se apagan<br />

José busca en Internet<br />

su rebaño de ovejas<br />

que pasta por los<br />

prados cercanos<br />

las luces y la chimenea, dejando<br />

un olor a leña que hace más cálido<br />

el ambiente. Por la noche no se<br />

oye ni un alma en Murgindueta.<br />

De vez en cuando ladra algún<br />

perro o se nota el crujir de los<br />

árboles por el viento, pero nada<br />

más. El silencio es absoluto, incluso<br />

da cierto miedo. Por la noche el<br />

cielo está plagado de estrellas y no<br />

hay más luz que la que proviene<br />

de la luna. Pero para dos personas<br />

que han vivido cinco años así es<br />

lo normal y se agradece. No les<br />

gusta nada el ruido nocturno de<br />

la ciudad.

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