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25 de noviembre de 2015 | “<strong>Aquí</strong> <strong>vivía</strong> yo”<br />
7<br />
▶ Desiderio Martínez subiendo al<br />
que un día fue su hogar.<br />
FOTO: Miguel de ribot<br />
los mayores. También había un<br />
armario donde se guardaba bajo<br />
llave los libros, los cuadernos y los<br />
papeles del profesor.<br />
Desiderio comenta que, durante<br />
la Guerra Civil, había unos<br />
sesenta chiquillos. “Todas las mañanas<br />
rezábamos el padrenuestro<br />
al empezar la clase y se cantaba el<br />
Cara al Sol, con la bandera izada”.<br />
Por aquella época, la catequesis<br />
era obligatoria. La escuela de<br />
Ardanaz se situaba al lado de la<br />
iglesia del pueblo, por lo que todas<br />
las mañanas el cura iba a hacerle<br />
una visita. “A las doce del mediodía<br />
llegaba el sacerdote a darnos<br />
las lecciones correspondientes”,<br />
recuerda Gloria.<br />
Desiderio y sus cinco hermanos<br />
pasaban todo el día fuera de<br />
casa y comían en Ardanaz un bocata<br />
que les preparaba su madre,<br />
María. “Una mujer de los pies a<br />
la cabeza, solidaria y humilde”,<br />
la describe su nuera Gloria. A las<br />
seis de la tarde los cinco hermanos<br />
volvían a Beroiz. “Llegábamos<br />
a casa, merendábamos y los<br />
tres niños nos poníamos a tocar la<br />
guitarra”, recuerda un nostálgico<br />
Desiderio.<br />
Gloria, como el resto de jóvenes<br />
de Izagaondoa, disfrutaba<br />
bailando a la luz de la luna los<br />
días grandes de las fiestas en los<br />
que los hermanos Martínez interpretaban<br />
los éxitos de aquellos<br />
años. “Tocaban como los ángeles.<br />
En muchas ocasiones él y sus hermanos<br />
iban de fiesta en fiesta por<br />
los pueblos del Valle”, comenta<br />
Gloria. En los festejos de Izagaondoa<br />
se solían reunir todos los jóvenes<br />
y pasaban la noche bailando<br />
al ritmo de la orquesta.<br />
Cuando las notas musicales dejaban<br />
de sonar, los mozos que no<br />
cabían en la Casa Nueva dormían<br />
en el pajar que había sido previamente<br />
habilitado. “Nos tumbábamos<br />
todos, uno al lado del otro,<br />
en fila india. Había uno que era el<br />
encargado de ir cubriéndonos con<br />
paja para no pasar frío”, cuenta al<br />
tiempo que se apodera de él una<br />
gran sonrisa.<br />
Una de las mañanas en las que<br />
Beroiz se despertaba llena de invitados,<br />
Desiderio y su cuadrilla<br />
decidieron gastarle una broma a<br />
Pololo, uno de los amigos que había<br />
asistido a las fiestas. “Le hicimos<br />
desayunar directamente de<br />
las ubres de las vacas, pensando<br />
él que después todos lo íbamos a<br />
hacer, qué inocente fue y cuánto<br />
nos reímos”, recuerda con un tono<br />
picarón.<br />
Fue en uno de esos festejos<br />
donde Desiderio, con apenas 16<br />
años, decidió sacar a bailar a Gloria,<br />
que tenía doce. Danzaron<br />
durante toda la velada del primer<br />
día. “Cuando llegué a casa, mi<br />
hermana Pilar le dijo a mi madre<br />
que había estado bailando<br />
con Desiderio y me castigó sin ir<br />
al día siguiente a las fiestas, pero<br />
me escapé y estuve bailando toda<br />
la noche con él”, cuenta Gloria.<br />
Aquellos fueron sólo los primeros<br />
compases de una relación que<br />
acumula más de 55 años de historia.<br />
En realidad, Gloria y Desiderio<br />
ya se conocían. Iban a la misma<br />
escuela y eso, unido a las pocas<br />
calles en las que transcurría su<br />
vida diaria, hizo que compartiesen<br />
muchos de los recuerdos de<br />
su infancia. “Uno de ellos, —narra<br />
Desiderio— fue la historia de las<br />
brujas”. Hubo una época en la que<br />
los niños del pueblo pensaban que<br />
había brujas sobrevolando las faldas<br />
de la solitaria peña de Izaga.<br />
Desiderio, con apenas once años,