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25 de noviembre de 2015 | “<strong>Aquí</strong> <strong>vivía</strong> yo”<br />
9<br />
beroiz DESIDERIO MARtínez, 85 años<br />
“Nueva<br />
York al<br />
lado de<br />
Beroiz es<br />
una birria”<br />
Una mañana de noviembre,<br />
Desiderio vuelve<br />
a Beroiz. Ahora vive<br />
en la ciudad y con su<br />
edad no puede ir siempre<br />
que quiere al pueblo<br />
que fue su hogar durante más<br />
de cincuenta años. Ya no es aquel<br />
chaval que corría por el Valle de<br />
Izagaondoa sin miedo a hacerse<br />
daño, sino que a sus 85 años necesita<br />
de la ayuda de su hijo César.<br />
Mientras Desiderio se arregla<br />
para emprender esta nueva aventura,<br />
Gloria, su mujer, le repite<br />
una y otra vez a su hijo: “Ten cuidado<br />
con papá porque ya no está<br />
para estos trotes”.<br />
A la hora acordada, Desiderio<br />
baja por las escaleras al rellano<br />
y la alegría se adueña de su cara.<br />
Antes de salir, tiene que hacer<br />
una última parada: se dirige a su<br />
coche y saca del maletero su bastón<br />
de madera con el que emprenderá<br />
un camino hacia el pasado<br />
lleno de recuerdos.<br />
Los nervios se van apoderando<br />
de él y sin haberse montado en el<br />
vehículo, mira su reloj, hace algún<br />
cálculo mental y dice con la<br />
sonrisa dibujada en la cara: “Tardaremos<br />
unos treinta minutos en<br />
llegar al pueblo”. Cuando el coche<br />
entra en Izagaondoa, recuerda<br />
cómo se construyó esa carretera<br />
serpenteante que lleva hasta<br />
Beroiz. “Tres años tardaron en<br />
hacer este camino que llega hasta<br />
Lumbier, el último municipio.<br />
Lo hicieron a base de pico y pala.<br />
Ahora, con las máquinas que hay,<br />
se haría en dos días”.<br />
Pueblo por pueblo, Desiderio<br />
va recitando cuál es cada uno.<br />
“Zuazu, Reta, Ardanaz… Allí fue<br />
donde terminé la ‘universidad’<br />
sin ninguna nota pendiente y salí<br />
con trabajo fijo”, dice con un tono<br />
guasón. Al dejar atrás Iriso, la última<br />
localidad antes de llegar a<br />
Beroiz, se incorpora y se pone recto<br />
para observar la villa que le vio<br />
nacer, crecer y de la que guarda<br />
tantos recuerdos, y añade mirando<br />
al reloj: “Justo lo que yo había<br />
dicho, treinta minutos clavados”.<br />
Bastón en mano, Desiderio se<br />
pone en marcha para llegar cuanto<br />
antes a la llanura donde tanto<br />
tiempo pasó trabajando. Pero antes<br />
tiene que subir la cuesta que<br />
cada vez que vuelve al pueblo se<br />
le hace más empinada. A mitad<br />
del recorrido se detiene para coger<br />
aire, y señala una iglesia en lo<br />
alto de la ladera de Izaga. “Hasta<br />
ahí íbamos cada primavera para<br />
celebrar la romería de San Miguel<br />
de Izaga. Subíamos hasta la<br />
iglesia de Zuazu con las cruces,<br />
cantando las letanías”, rememora<br />
Desiderio.<br />
Una vez que coge aire, retoma<br />
el camino con cierto nerviosismo,<br />
como si de la noche de Reyes<br />
se tratase. A cada paso que da la<br />
sonrisa se hace más presente en<br />
su rostro. Cuando ya se ve una<br />
de las casas de Beroiz, el palacio,<br />
donde <strong>vivía</strong>n el pastor y su familia,<br />
Desiderio cuenta que cuando<br />
ellos se trasladaron a Pamplona,<br />
los mayorales empezaron a utilizar<br />
las viviendas como cobertizo<br />
para guardar las cabras y ovejas.<br />
Una vez que llega a la explanada,<br />
señala con el cayado lo que antes<br />
era su casa y dice: “Ahí <strong>vivía</strong> yo”.<br />
Se aproxima al que fue su hogar<br />
durante más de veinte años y destaca<br />
la fachada tan recta que tiene<br />
a pesar de todo el tiempo que<br />
ha pasado. A los pies del que fue<br />
su hogar cada vez se amontonan<br />
más piedras que se van desplomando<br />
por la falta de cuidado y<br />
por los robos de esas grandes y<br />
valiosas rocas.<br />
“Dentro de la casa estaba el<br />
horno para hacer el pan junto<br />
con la amasandería. En la parte<br />
de abajo era donde guardábamos<br />
el rebaño y las caballerizas.<br />
En la tercera planta estaban<br />
el resto de dormitorios”,<br />
explica. La ventana del<br />
cuarto de Desiderio, situado<br />
en el último piso, da a<br />
donde se celebraban los bailes<br />
y las fiestas del pueblo. “Cuántas<br />
noches he pasado asomado a la<br />
ventana viendo a la gente bailar y<br />
disfrutar. Pero en cuanto tuve la<br />
edad suficiente para unirme a los<br />
festejos, cogía el laúd o la guitarra<br />
Desiderio Martínez señalando la que fue su casa. FOTO: izania ollo<br />
y animaba las noches junto a mis<br />
hermanos”.<br />
En Casa Nueva, la de la familia<br />
Martínez, estaba la bodega, de la<br />
que hoy solo queda en pie la torre<br />
rodeada de matojos que hacen<br />
que no se pueda apreciar su estilo<br />
románico. Desiderio pasó muchas<br />
horas haciendo vino ahí. “Fabricaba<br />
de dos tipos: el bueno y el malo.<br />
Una vez, cogí un garrafón y me lo<br />
llevé al confesionario de la iglesia.<br />
Solo sabía yo que eso estaba allí,<br />
así que de vez en cuando iba y le<br />
daba un sorbo para alegrarme el<br />
día”, recuerda con cara picarona.<br />
Desiderio camina con su bastón<br />
hacia la iglesia y murmura<br />
Cuántas noches pasé<br />
asomado a la ventana<br />
viendo a la gente<br />
bailar y disfrutar<br />
DESIDERIO MARTÍNEZ<br />
UNO DE LOS ÚLTIMOS HABITANTES DE BEROIZ<br />
entre risas: “Nueva York al lado de<br />
esto es una birria”. La capilla solo<br />
se abría el día de las almas y el día<br />
de San Martín. A pesar del mal<br />
estado del suelo, es el edificio que<br />
mejor se conserva. “Seguramente<br />
vinieron los vándalos y levantaron<br />
las piedras en busca de oro, ya<br />
que antes se enterraban ahí a los<br />
muertos”. La iglesia, dedicada a la<br />
advocación de San Martín, tenía<br />
un coro y un campanario. “Teníamos<br />
una imagen de una Virgen<br />
y otra de Santa Catalina”, añade<br />
Desiderio. Varios representantes<br />
del obispado fueron a Beroiz para<br />
convencerles de que lo mejor era<br />
llevarse la figura de Santa Catalina<br />
al Museo Diocesano. Pero la<br />
familia Martínez no aceptó. Ya<br />
cuando en 1962 el marqués de<br />
Jaureguizar era dueño del pueblo,<br />
la imagen fue trasladada al museo.<br />
Mientras pasea por los caminos,<br />
tiene que ir abriéndose paso<br />
por las malas hierbas que han<br />
ido creciendo por el abandono.<br />
Recuerda cómo le gustaba cazar.<br />
Uno de esos días en los que<br />
la nieve cubría de blanco todo el<br />
Valle, Desiderio decidió salir a cazar,<br />
pese a que estaba prohibido.<br />
Encontró el rastro de una liebre<br />
y comenzó a seguirla, pero cuando<br />
estaba a punto de dar con ella,<br />
uno de los trabajadores que había<br />
por allí, le avisó de que los guardias<br />
se estaban acercando, así que<br />
tuvo que dejar de seguir el rastro<br />
y escaparse. “Me escondí tras un<br />
árbol, pero no servía de nada ese<br />
escondite, porque estaba rodeado<br />
por el rastro de la liebre. Así que<br />
tuve que dar un gran salto para<br />
despistarlos”, comenta con un<br />
tono divertido.<br />
“Trabajé mucho, pero no lo<br />
cambiaría”, dice Desiderio mientras<br />
deja atrás su Casa Nueva y<br />
la bodega. Con el cayado vuelve<br />
a señalar a otra ladera que rodea<br />
la cuenca de Beroiz. “Desde allí<br />
bajamos el agua a base de pico y<br />
pala. Conseguimos tener agua<br />
corriente en toda la casa, un lujo<br />
para aquella época y sobre todo<br />
cuando llegaba el invierno…”,<br />
afirma satisfecho. La felicidad<br />
se ha apoderado de Desiderio al<br />
igual que sus recuerdos, lo que<br />
hace que en su rostro se note la<br />
melancolía.<br />
Cuando es la hora de bajar la<br />
cuesta, Desiderio agarra con fuerza<br />
el bastón para no tropezar. Y<br />
comienza a bajar cuidadosamente<br />
entre las hierbas que cubren lo<br />
que en su día fue un camino de<br />
piedras. No ha llegado todavía al<br />
coche cuando añade: “Pronto volveremos”.