VE-28 DICIEMBRE 2016
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La incontinencia fabulosa<br />
Dedicado a todas las abuelas del mundo, especialmente a las mías<br />
Mi abuela sufría una incontinencia que nadie se atrevía a<br />
nombrar. Desde niña, le sucedieron tantas desgracias que sus ojos se<br />
aficionaron a llorar y lloraba a todas horas, a toda máquina. Lloraba<br />
por sus recuerdos, por los horrores de la guerra, las enfermedades, el<br />
hambre. Lo que más alimentaba su llanto era la pérdida de sus<br />
hermanos, de sus padres, de sus calamidades vividas en la posguerra:<br />
desgracias que le llenaban el alma de tristeza.<br />
Se ponía un mandil de cuadritos grises sobre la falda y la blusa<br />
para no ensuciarse cuando estaba en su casa. El mandil tenía un<br />
bolsillo. Un día descubrí en él una cajita de porcelana donde mi<br />
abuela guardaba sus lágrimas. Porque ––es la primera vez que se hace<br />
pública esta singularidad––, comenzaré explicando que las lágrimas<br />
de mi abuela no eran normales, sino muy extraordinarias. Tenían un<br />
perfume antiguo, esencia de lilas, y una consistencia gelatinosa, y<br />
eran de color morado como la flor del azafrán.<br />
Lo que nadie sabía, era que unos súper poderes brotaban de<br />
ellas, ni que tomaban su fuerza del amor que sentía por nosotros. La<br />
flor del azafrán era la iniciadora de ese hechizo que de joven le salvó<br />
de morir de hambre al ganarse la vida en su cosecha, y después, en su<br />
vejez, se había convertido de algún modo en un poder sobrenatural<br />
que se materializaba en lágrimas de azafrán.<br />
Como era tan niña, la abuela era muy traviesa. Jugaba con sus<br />
lágrimas. Un día bautizó con ellas a un perro muerto y el cánido se<br />
levantó ladrando, dando vueltas de alegría y curado de todos sus<br />
males. Otro día, se las puso de colirio a un pordiosero bizco y este<br />
pobre hombre despertó con la disposición para trabajar a la vez que<br />
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