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Excodra X: Lo onírico

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facilones para parecerme interesantes, y aun así, me los habría cepillado si me<br />

hubiera apetecido. Dejé mi maleta en la habitación y me tumbé en la cama.<br />

Inmediatamente, percibí un olor familiar, como a semen revenido, un pringue que<br />

debía llevar días. Pensé en bajar y armársela al hindú de la recepción, pero estaba tan<br />

cansada por el viaje que abrí la cama, obvié el enorme lamparón que la recorría y me<br />

eché a dormir. El sueño me llegó enseguida.<br />

Soñé que había alguien conmigo. El olor de las sábanas era intenso, a sudor y a leche<br />

rancia, de borracho. Ustedes me entienden, un amargor que baja por la garganta y te<br />

produce arcadas. Me ovillé para contener el vómito, de forma que el aroma se hizo<br />

más fuerte, casi pesaba, lo sentía sobre mí, como un aliento fétido que me embozó los<br />

sentidos hasta volverse agradable y caliente. Quien fuera que se hubiese colado en mi<br />

habitación, me estaba respirando en el cuello y me acariciaba el vientre con unas<br />

manos ásperas, embrutecidas, como si llevara puestos unos guantes de estraza. Tenía<br />

los ojos cerrados y me fingí dormida, me di media vuelta y quedé de espaldas a él.<br />

Pensé que si me creía inconsciente no se atrevería a despertarme; esas tonterías que<br />

quedan de la infancia, como cubrirse la cabeza con las sábanas y ¡plaf!, desaparecer.<br />

Pero a él le importaba poco si estaba despierta o dormida, me enlazó con unos brazos<br />

fuertes que casi me cortaban la respiración y me clavó el pene en el coxis, y así fue<br />

bajando lentamente, golpeándome con él en las corvas como, si a oscuras, tratara de<br />

ensartar una llave en la ranura de una puerta. Hasta que… por supuesto, la abrió. No<br />

pude reprimirme y grité. Al momento noté su mano tapándome la boca, le mordí y él<br />

se quejó, y me apretó la cara, me hincó los dedos en las mejillas y siguió<br />

embistiéndome. Pensé: Qué más da Rosemund, no puedes hacer nada, mejor no te<br />

resistas. Relajé el ano y me dispuse a recibir lo que tuviera que darme y, sin saber<br />

cómo, tal vez de las mismas embestidas o del calor que inundaba mi cuerpo, el ardor<br />

de sentirme atrapada y vejada sin remedio, me encontré de rodillas en la cama,<br />

apoyando las manos en las paredes de horrible estampado, donde habían otras marcas<br />

de dedos. Coloqué mis palmas sobre las huellas y encajaban y, mientras él seguía<br />

tomándome ferozmente, empecé a pensar que aquellas huellas eran las mías, que

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