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-Yo gané una medalla olímpica -se lo conté. Gabriela se mató de risa-. Sé lo que es,<br />
en serio, pocos han experimentado la sensación de ganar una medalla olímpica, pocos<br />
la han alzado, la han besado… Que sea de tu país o no te aseguro que es lo de menos,<br />
te da igual.<br />
Ya lejos de Huanta, en la noche que nos toca, Gabriela escuchaba la historia de mi<br />
sueño: Pekín, 4 x100 libres, falta un nadador; su paradero es desconocido y la<br />
competición va a empezar. Las cámaras de todo el mundo están atentas a lo que<br />
ocurre en el Centro Nacional Acuático de Beijing. 189 periodistas acreditados se<br />
transparentan tras unas cristaleras sobre la piscina. El técnico del equipo<br />
estadounidense, en un gesto de cinematográfica preocupación, se quita la gorra de<br />
béisbol y la estrella contra el suelo mojado. De pronto, atacado por un extraño<br />
convencimiento, se dirige a las gradas, pide permiso, se abre paso y se me queda<br />
mirando. Al cabo de un momento, en medio de una gran ovación, empiezo a calentar.<br />
El estadio entero ruge, la ovación es ensordecedora. Me persigno. Salto al agua.<br />
-Gané una medalla olímpica en Pekín 2008, junto a Brendon Hansen, Aaron Peirsol y<br />
el gran Michael Phelps, ya sé que fue un sueño, pero fue tan real que es como si lo<br />
hubiera vivido, no sabes lo que es, no he tenido mejor experiencia en la vida, salvo<br />
volar, que ganar una medalla olímpica…<br />
Gabriela parecía reírse de algo más. Y reía aún más cuando sentía que no podía parar.<br />
Entonces era como si el calor que emanaba de sus cálidas tetas, de su cálida piel, se<br />
materializara en su risa, en su sudor, en toda ella. Por un momento creí que podía<br />
enamorarme pero me seguí riendo. Reímos tanto que cuando paramos, estábamos<br />
exhaustos, y pasaron largos minutos hasta que nuestra respiración se calmó y nos<br />
envolvió la noche en su silencio.