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Anfant acabó de escribir lo anterior y cerró su ordenador. No había nadie en casa. Esa<br />
noche no había nadie en casa. Erbe salió esa noche con sus amigas y no regresaría,<br />
probablemente, hasta que el sol empezara a salir, o, como en ocasiones, hasta que el<br />
sol se volviera a poner. Erbe se consumía en los bares entre alcohol y cocaína. Sin<br />
comerlo ni beberlo, o absolutamente premeditado, se había vuelto adicta a la cocaína<br />
y más todavía al alcohol. A Anfant no le importaba demasiado. No le importaban sus<br />
excesos. No le importaba que se acostara con otros hombres e incluso con otras<br />
mujeres o con ambos a la vez. Nunca le preguntó nada. Ella tampoco le contó nunca<br />
nada. Un tácito pacto fue hecho desde el comienzo de su relación. Un pacto de<br />
silencio mutuo. A veces, por los olores que desprendía al llegar, Anfant trataba de<br />
adivinar con quién, con cuántos, hasta cuántas veces, lo había hecho. Pero a Anfant,<br />
en el fondo, no le importaba, y su búsqueda olfativa respondía a un juego, amante él<br />
de Sherlock Holmes, detectivesco. Erbe, siempre que llegaba, fuera la hora que fuera,<br />
o el estado en que se encontrara, se follaba a Anfant como si fuera la primera vez.<br />
Pero Anfant, sin embargo, hacía el amor con ella. Anfant amaba a Erbe. Erbe deseaba<br />
a Anfant.<br />
Anfant quería ayudar a Erbe a encontrar su deseo mal descifrado. <strong>Lo</strong> primero que<br />
había pensado era lo más evidente, pensaba él que así lo era, por ser de hecho lo<br />
primero que pensó -también pensó que, además de lo más evidente, por ello, lo más<br />
absurdo-: Erbe deseaba tener compañía. Y de ahí, tiró del hilo: Deseaba no estar sola:<br />
Tenía miedo a la soledad. Y se encontró, así, ya de primeras, con la pareja deseomiedo<br />
hablando el mismo lenguaje. Pero no podía ser tan simple, porque este<br />
razonamiento no le aportaba nada, absolutamente nada. Habría de seguir llamando a<br />
más puertas en su mente para ayudar a Erbe -aunque nunca ella le solicitó tal ayudaa<br />
encontrar el verdadero deseo por el cual, Erbe, deseaba a Anfant. ¿Por qué desea<br />
Anfant ayudar a Erbe? Y aquí podría empezar el juego de los porqués de sus vidas.<br />
Pero no empezó porque Anfant abrió la puerta al escuchar que llamaban levemente.<br />
Sintió un escalofrío que se fue como vino. Era Erbe, ebria hasta la médula, que