Excodra X: Lo onírico

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Arizona, un tipo apestoso se lo había pasado en grande conmigo… ¿Qué les ha parecido? —Es lo menos higiénico que he escuchado nunca, lady. —Sí, realmente nauseabundo. —¡Eh, miren ahí! ¿No es eso humo? Tras la colina… Tenía razón aquí la Rosemund, incluso en la estepa siberiana hay vida. —Espero que el patrón haga la colada… —¡Apúrense, que oscurece, amigos! KM
Juegos Olímpicos Uno se remonta y encuentra. Me pregunté si alguna vez desperdicié la oportunidad de aprender checo. No la encontré. Pero encontré otras cosas. Hay momentos para todo, y éste no era uno de acordarse de oportunidades perdidas. Pude haber aprendido a conducir, a programar, a hablar alemán, a jugar canasta, a degustar vino, y me acordé de eso, que una vez choqué y no volví a conducir, que una tarde no hice los deberes y dejé de ir a clases de alemán, que alguien un día me pidió que lo acompañara y me convenció de que había cosas que mejor dejar: “Si no es lo tuyo, lo dejas, y punto, no te complicas la vida”. Estábamos en un parque, en un parque a las afueras… ¿Qué tenía que ver todo eso con la situación? Nada. La mente viaja, se remonta y encuentra. En el viaje me detuve en 1992, 16 largos años habían transcurrido desde la primera vez que fui a parar al mismo escondite. La diferencia entre aquel suelo y éste podían graficarla a la perfección las cuatro estrellas que separaban ambos hoteles. Desde una óptica que no es la mía alguien diría que al menos se podría hablar de progreso. Tampoco creo que progreso sea la palabra, tampoco involución, tal vez estancamiento le venga mejor. Uno en la vida también se estanca, las sinapsis se sedimentan, nada te hace más viejo como ser zurdo y meter primero la pierna izquierda al ponerte los pantalones; es como tener la nariz a un palmo del somier cuando estás tumbado debajo de la cama y alguien le pega al colchón, algo que pasa. El hotelito de la primera vez estaba en un segundo piso, en una casita mal construida, mal habilitada para los furtivos turistas que se aventuraban a visitar un país en guerra, en un pequeño pueblo zarandeado por el terror, de muros esgrimiendo a brochazos la hoz y el martillo, con la imagen de un ídolo que avistaba el porvenir conmovido por el arrojo de sus huestes. <strong>Lo</strong>s pequeñajos soldaditos que bajaban de camiones con pasamontañas, el olor rancio a serrín que poblaba la casa, los gatos
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