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Tú belleza me hacía pedazos
en la vida, lo juro, es la sobriedad. Mañana mismo debería irme a dormir
en un lugar donde menos sea más, donde la cama esté ubicada en
“posición de mando”, es decir, lo más alejada posible de la puerta y sin
embargo con visibilidad plena hacia ella. De preferencia con el cabecero
mirando hacia el norte.
Un tratamiento que funciona contra el insomnio es el cannabis,
según la siempre ligera e incompleta revista Vice. Pero no, me rehúso a
tener que soportar esa sensación de torpeza prolongada que deja la yerba.
He llegado también a una palabra que desconocía, Karoshi, o muerte
por exceso de trabajo. Al parecer, en esta sociedad una se puede morir
por cualquier cosa. Pero el sueño, ese sueño reparador que necesito para
dejar de pensar en mis problemas, se resiste a llegar, y me estoy muriendo
de sueño, literalmente hablando. Así que fui a la nevera, tomé un
poco de leche, la puse un minuto en el microondas y, con el pitido del
aparato, Chachay se despertó. Llegó, hizo su resoplido mocoso característico
y se restregó, temblando, contra mi pierna. Sus saltones ojitos
hermosos se le cerraban de cansancio. Eran las tres de la mañana y otra
vez no tenía otra alternativa, la llevaría conmigo a mi cama con mal feng
shui para que acariciar su suave pelaje me ayudara a conciliar el sueño.
Sé que no estaba entre las recetas caseras para el insomnio que busqué,
pero a mí la compañía de Chachay y ese olor suyo tan singular siempre
me ha ayudado a reponerme. La huelo y le digo fuchi, Chachay, mañana
te llevaré a la peluquería. ¿Será que a esta terapia se la puede llamar
mascoterapia? Empecé una nueva búsqueda.
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