Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Tú belleza me hacía pedazos
papas fritas. Terminamos de comer, subí a su Mazda, y el olor a auto
recién lavado me tranquilizó aún más. Pensé en el auto de papá, ese Chevrolet
que él lavaba dos veces por semana, a veces más. Me causó cierto
sosiego estar sentada otra vez allí, en ese automóvil que apenas sonaba
y que parecía lo que era, el auto de un abogado penalista. Sonaba una
música instrumental ligera, pudo haber sido un blues, o un jazz, no lo
sé, quizás un tango. Lo cierto era que me entraron ganas de algo que no
podía precisar en ese momento. Le dije que necesitaba agua, que parara
en una tienda de abastos. Se bajó a comprarme el agua. Me restregué
las manos porque estaba nerviosa y me sudaban un poco y trataba de
acallar algo dentro de mí que imploraba salir. ¿El carro de Mario tendrá
radiador?, pensaba. Le dije que diéramos una vuelta. ¿Por dónde?, preguntó.
Vamos a la zona industrial, sugerí. Paramos en un descampado
poco iluminado desde donde se podía ver el sarampión amarillo de la
ciudad. Me irritó esa vista. Mario intentó acercarse un poco a mí, pero lo
detuve. Le dije que poco a poco, que vaya con calma, que para empezar
nos podíamos dar un abrazo, pero cuando intentó hacerlo se derramó el
agua de la botella que tenía en las manos y fue a dar en la entrepierna
de Mario. Tomé un pañuelo de mi bolso e intenté limpiarlo. Su pene
sobresalía por el pantalón de tela, ya totalmente maduro y enhiesto. Entonces
su olor me transportó casi mecida a la parte de atrás del coche y
ya no importaron las luces amarillas de la ciudad ni los ojos amarillos de
esa bestia marchita, sino solo su olor a frutas y madera. Cuando terminamos,
me dijo, sabes, Malú, que no es delito tener relaciones sexuales
en espacios públicos, me parece que ni siquiera llega a contravención.
De todas maneras, concluyó, hay que tener cuidado, abunda gente ruin
42