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Tú belleza me hacía pedazos
había invitado a pasear por el pueblo. Saqué el celular y marqué su número.
Vuelvo mañana, no me esperes, me dijo. Disfruta, amiga, le dije.
Tenme, por favor, al tanto de todo y cuídate mucho. No te confíes. Eran
casi las ocho de la noche y aunque no tenía hambre, deseaba masticar
algo y pasarlo hacia mi estómago. Di de comer a Chachay y salimos. Ella
hizo sus necesidades en un pequeño parque bastante descuidado. Entramos
luego a un restaurante y pedí unos camarones al ajillo y una sopa de
pollo. Fue un error. Guardé los camarones en una bolsa y salí con Chachay
asida por su correa. La noche era fresca, más bien templada. Recorrimos
tiendas, compré un bloqueador solar en una farmacia y nos sentamos
juntas a contemplar cómo el mar rompía contra unas rocas
similares a las que la noche anterior habíamos estado con el estudiante
de medicina. Vamos, Chachay, dije. Las personas iban muy limpias, parecían
limpias, turistas perfumados y mujeres del lugar tomando el fresco
en los portales. Gente jugando naipes y niños correteando. El zumbido
de los autobuses y de los automóviles impedía escuchar con claridad
la marcación del teléfono. Al tercer intento, me contestó. Me dijo hola,
estaba en algo del trabajo, perdona. ¿Cómo te está yendo en tu escapada?
Bien, respondí, pero recordé que ya no tengo veinte años. De eso
hace mucho, Malú, me dijo. Me reí y le dije que se cuidara. Colgué. Caminamos
unas cuadras más en dirección al centro. Al pasar por una tienda
no tuve otra alternativa que detenerme frente a una vitrina. Era una
tienda de mascotas. Pensé en lo mal que estarían esas pobres criaturas
en la temporada de calor. Vaya, le dije a Chachay, señalando al cachorro
en la jaula, es una cosita de raza pomerania. ¿Quieres un amiguito? No
me hizo caso, pues estaba entretenida ladrando estridentemente a un
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