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Cuento
que, abrir la tienda, convencer a las personas sobre texturas de papel,
hablar con los chicos del restaurante Ramen y beber una copita de vino
por las noches. Incluso ver a Mario se ha convertido en una especie de
rutina discontinua. Antes solíamos divertirnos más. No dejo de pensar
en que hasta hace unos meses atrás era más cariñoso. Me tomaba más
de la mano y tenía ciertos apreciables detalles hacia mí. Ahora se limita
a ponerme su mano, huesuda y cavernaria, de vez en cuando, sobre el
hombro; una señal ambigua que me deja siempre pensando en que a
veces puede ser muy hábil y cruel. Me aburre y lo dejo que se vaya a casa
a hacer sus cosas. A ver sus películas de guerra, a jugar con sus barcos
a escala, o simplemente a hacerse la paja sin clemencia viendo adolescentes
que no lo son en la Internet. Es lo que le gusta. Lo sé porque he
visto el historial de su ordenador. Incluso una vez, borracho y cachondo,
me propuso que veamos algo de porno para, cito: “probar nuevas cosas
más emocionantes”. Yo quise, pero le dije que aquella forma “distinta”
de practicar sexo podía traer consecuencias devastadoras en nuestra relación.
En todo caso, con otros, diferentes a Mario, lo había hecho y no
trajo consecuencias devastadoras. Quizás el hecho de que a él le gustaran
jovencitas me impedía que fluyera ese juego erótico. ¡Quién sabe!
Ahora que lo recuerdo, ni siquiera cuando vimos Joker me tomó de la
mano. Fui yo quién agarró la suya. Eso explica muchas cosas. De verdad
que una se da contra una pared de artimañas cuando de estas cosas se
tratan y dice, golpeándose la frente, Malú, si eres tú quien casi siempre
toma la iniciativa y le buscas la mirada, los labios, las manos y los estados
mediocres que sube a sus redes sociales. Incluso eres tú la primera
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