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Tú belleza me hacía pedazos
ne que soportar a mi lado pudiendo estar feliz en la finca de mis abuelos;
pero aquí, esa es la verdad, mi verdad, ahora mismo me hace más falta.
Más aún cuando torpes como Jalil y farsantes como Matías se atraviesan
en el camino casi a diario.
Con Chachay bien agarrada de mi brazo derecho y protegida con
su capucha para la lluvia, me fui con dirección norte, donde queda el
mercado de abastos a comprar las plantas para las infusiones. Antes, lo
olvidaba, debía pasarme por el banco. Tomé la acera cubierta con los aleros
más grandes porque cuando salí de casa no llovía y por ello no saqué
un paraguas. Iba despacio pues las baldosas siempre son algo resbalosas
por esta zona. Entré al banco pensando en la barba de Jalil y en su indiferencia.
En la puerta sentí una mano que me tomó del brazo. Di un
salto. Era el guardia de seguridad que me decía “no puede pasar con su
mascota, señorita”. ¡Cómo!, le increpé al instante. Lo siento, pero están
prohibidas las mascotas, me dijo, política del banco. ¿Entonces dónde la
dejo? ¿No me la puede sostener un momentito, por favor? Puse mi cara
tierna. El guardia de seguridad, un tipo moreno, alto y con cicatrices de
un acné juvenil, me miró con cara de oye mujer, tengo que trabajar parado
agarrado a esta carabina que ni siquiera sé usar bien y tu me sales
con esto. No se preocupe, le dije. Regresé por dónde había venido. No
era urgente el trámite. La tarde se puso más lluviosa, es decir, la garúa
parecía caer más lentamente, pero en más cantidad. Me puse la capucha
e hice lo mismo con Chachay y me fui donde la abuela porque el día ya
había muerto y las cosas en días como estos siempre van de mal en peor.
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