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Cuento
A dos manzanas de la casa de mis abuelos pasó un autobús inclemente
que nos salpicó agua lodosa. Yo salí más perjudicada ya que esquivé a
tiempo a Chachay. Maldije a la vida y entré pensando en que a ese animal
debería caérsele la verga para que sepa lo que es sufrir, lo mismo
que al guardia del banco y a los dos mequetrefes con los que me había
encontrado hoy. Mi abuela me recibió al fondo de la casa, en la cocina,
donde estaba el horno de pan. Sostenía una cuchara de palo en su mano
derecha. ¿Qué te pasó, hijita?, preguntó. Ay, Sarita, respondí, un busero
idiota que pasó como en pista de carreras nos dejó así. Si solo pudiera
irme de este lugar, pero las deudas, Sarita, las deudas que una contrae…
Hice un soplido de hastío. Las deudas son lo peor del mundo, me dijo
Sarita, visiblemente acongojada. En ese momento me sentía además de
mojada, fea. El espejo de pie junto a la escalera me mostraba con mi cabello
castaño mojado y mi falda hecha un desastre. En seguida se acercó
Julián, mi hermano menor, un niño de siete años el doble de caprichoso
que yo y me tomó de la falda y me dijo, oye, Malú, hueles a popó de rata
estancada, y se fue riendo. Puse a Chachay en el suelo y se largó con su
cara puntiaguda y sus ojos saltones ladrando estridentemente tras de
ese molesto niño que también pertenecía, para siempre, a esa raza de
hombres. Me saqué el abrigo empapado, lo llevé hasta la zona de lavado
en la segunda planta de la casa, me duché, me cambié de ropa, me tumbé
en el sofá de la sala y saqué mi teléfono celular. Le había hecho unas
buenas fotos a Chachay antes del accidente. Seleccioné la última, que por
alguna razón siempre es la mejor, le puse un filtro de calor y la subí con
todas las monadas a Instagram. Puse una leyenda: “Antes del desastre”.
René Luzuriaga le dio me gusta de inmediato. Lo vi sentado en su ofici-
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