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dos siglos: música y músicos del merengue - Claro

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ENTRE DOS SIGLOS: MÚSICA Y MÚSICOS DEL MERENGUE<br />

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bles, sufridas con estoicismo incomparable, pero que ha sabido construir refugio<br />

seguro en su propia <strong>música</strong>. La tambora canta y llora a la vez y se abraza<br />

a la güira como el que busca consuelo. Unida a ella va el jaleo <strong>del</strong> acordeón,<br />

de relevo en el saxofón, orlada la estampa con los ayes <strong>del</strong> canto profundo,<br />

lamentoso y dizque-alegre, es una estampa de bucólica especie.<br />

Un buen tamborero se define primeramente por la exactitud de su tiempo a lo<br />

largo de la pieza, sin atrasos ni a<strong>del</strong>antos, constante <strong>del</strong> principio al final. El<br />

<strong>merengue</strong> no supone «ritardan<strong>dos</strong>» ni mucho menos «acceleran<strong>dos</strong>»: tal como<br />

comienza así debe terminar, y con esta cadencia propia se embruja el bailador. En<br />

esta peculiaridad se asemeja nuestra <strong>música</strong> al jazz clásico, condición que puede<br />

definirse como «moto perpetuo», pero que los <strong>músicos</strong> americanos lo llaman<br />

simplemente, «straight-ahead», ¡elocuente definición! Otra cualidad ineludible<br />

es la fluidez natural de los «golpes» entrecruza<strong>dos</strong>; entiéndase por esto, el carácter<br />

de alternancia entre ambas manos que presupone el toque de la tambora, utilizando<br />

un corto trozo de madera por una parte, complementado con los apuntes<br />

ejecuta<strong>dos</strong> con la mano «limpia», provocando un efecto de continuidad o momentum<br />

semejante a una maquinaria de precisión en movimiento.<br />

Estos módulos o patrones rítmicos, sobre todo el básico, evoca el repicar de<br />

campanas ejecutado en ciertas iglesias, elemento que aduce Luis Alberti como<br />

de posible influencia en nuestra <strong>música</strong>. En cuanto a esta observación, curiosa<br />

por cierto y digna de tomar en cuenta, valdría la pena determinar, quién ha<br />

influenciado a quién. Y si discurrimos en este sentido, encontramos que la Iglesia<br />

Parroquial de Puerto Plata, por ejemplo, estaba dotada desde principios <strong>del</strong><br />

Siglo XX de 4 campanas: 2 pequeñas de diferente tamaño, otra de bronce grande<br />

y sonora, y la mayor de hierro, de sonido grave y gran alcance. Manipular<br />

estas poderosas campanas requería la participación de 3 campaneros de buena<br />

capacidad física y mejor sentido rítmico; uno tocaba las <strong>dos</strong> pequeñas produciendo<br />

un efecto similar al repique más agudo de la tambora cuando en sus<br />

bordes es percutida por el palo; la parte intermedia <strong>del</strong> patrón tamborero, llevada<br />

por la mano limpia correspondía a la de bronce mediana, asignándole el<br />

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remate grave a la más sonora de hierro. Ahora, nos preguntamos junto al maestro<br />

Alberti, ¿imitaban los campaneros a los tamboreros, o acaso vienen estos<br />

toques de campana desde la distancia y los años a insinuar la conformación de<br />

este ritmo llamado <strong>merengue</strong>, único en todo el orbe? Al final de cuentas, campaneros<br />

o tamboreros, entre dominicanos está el asunto.<br />

De antaño, ha persistido en el país la convicción de cierta invencible dificultad<br />

para un músico extranjero, al tratar de aprender a tocar la tambora<br />

dominicana. Esta percepción puede resultar errónea, sobre todo en el caso de<br />

percusionistas de cierto calibre profesional que nos han visitado (Francisco<br />

Hernández, apodado el «pavo», baterista venezolano de la Orquesta Angelita),<br />

capaces de descifrar las combinaciones entrecruzadas con las manos,<br />

enrevesadas por demás, creadas desde más de un siglo por una secuela interminable<br />

de tamboreros. Un aspecto, sin embargo, que podría considerarse de<br />

gran dificultad, consiste en los llama<strong>dos</strong> «repiques», inventa<strong>dos</strong> por los viejos<br />

ejecutantes para adornar sus interpretaciones, sobre todo en puntos claves<br />

y en concordancia con la instrumentación. No menos complica<strong>dos</strong> son,<br />

aquellos solos intercala<strong>dos</strong> en los jaleos, cuando el músico improvisa demostrando<br />

su dominio <strong>del</strong> instrumento, ejecutando figurajes indescifrables, casi<br />

imposibles de transcribir, acusatorios de genialidad.<br />

Dignos de admiración son estos geniales tocadores de tambora , si se toma<br />

en cuenta las limitaciones de un instrumento como el que nos ocupa, constituido<br />

solamente por un pequeño barril de madera, cubierto de parches por<br />

ambos la<strong>dos</strong> y con bordes de bejuco criollo, tensado el conjunto por cuerdas<br />

entrecruzadas, para ser tocado con un corto bolillo y una mano al desnudo. El<br />

ejecutante no dispone de platillos, ni bombos, ni tom-toms, tampoco de cencerros.<br />

Es un hombre solitario que lleva la carga de una orquesta entera, to<strong>dos</strong><br />

bajo su dependencia metronómica y rítmica. Cuando este es inconsistente,<br />

la nave entera se ladea de un costado a otro y finalmente se va a pique.<br />

Justo es mencionar a los más ilustres <strong>músicos</strong> ejecutantes de la tambora,<br />

aquellos que la han enaltecido con sus respectivos talentos. Sin embargo,

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