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Voy a darte un ejemplo. Al Seminario Intensivo Mente Millonaria asistió una
mujer que era enfermera quirúrgica. Josey tenía unos ingresos excelentes, pero, de
algún modo, siempre se gastaba todo el dinero. Al hurgar un poco más, nos reveló
que cuando tenia once años se encontraba un día en un restaurante chino con sus
padres y su hermana. Mamá y papá estaban discutiendo: otra amarga discusión sobre
el dinero. Su padres se puso en pie gritando y dio un puñetazo sobre la mesa. Josey
recuerda se puso rojo; después, azul, y finalmente cayó al suelo. Era un infarto. Ella
estaba en el equipo de natación de la escuela y le habían enseñado a hacer
reanimación cardiopulmonar, por lo que se puso rápidamente a ello, pero fue en vano.
Su padre murió en sus brazos.
Y Así, a partir de aquel día, la mente de Josey vinculó dinero con dolor. No es de
extrañar, pues, que siendo adulta se deshiciese inconscientemente de todo su dinero
en un esfuerzo por eliminar su dolor. También resulta interesante observar que se hizo
enfermera. ¿por qué? ¿es posible que aún estuviese tratando de salvar a su padre?
En el curso ayudamos a Josey a identificar su viejo patrón del dinero y a
corregirlo. Hoy está en camino de convertirse en una persona económicamente libre.
Además, ya no es enfermera. No es que no disfrutase con su trabajo, sino
simplemente que desempeñaba esa profesión por el motivo equivocado. Ahora es
planificadora financiera: sigue ayudando a la gente, pero esta vez les hace
comprender de qué modo su programación pasada dirige cada aspecto de su vida
económica.
Déjame ponerte otro ejemplo de un incidente concreto, uno que me resulta más
próximo. Cuando mi esposa tenía ocho años y oía el sonido de las campanillas del
camión de los helados bajando por la calle, corría hacia su madre y le pedía una
moneda de veinticinco centavos. Su madre contestaba: “Lo siento, cario, yo no tengo
dinero. Ve a pedírselo a papá. Es papá es que tiene todo el dinero”. Entonces mi
esposa iba a pedírselo a su padre. Este le daba la moneda, ella iba a comprarse el
helado de cucurucho y tan campante.
Una semana tras otra se repetía el mismo suceso. Así pues, ¿qué aprendió mi
esposa sobre el dinero?
En primer lugar, que son los hombres los que tienen todo el dinero. De modo que,
una vez que estuvimos casados, ¿qué crees que esperaba de mi? Exacto: dinero y
¿sabes qué?, ¡ya no pedía monedas de veinticinco centavos! En cierto modo, se había
licenciado.
En segundo lugar, aprendió que las mujeres no tienen dinero. Si su madre (la
deidad) no lo tenía, era obvio que así es como debería ser ella. Y para validar ese
modo de ser se deshacía de forma inconsciente de todo su dinero. Además, lo hacía
con absoluta precisión: si le dabas 100 dólares se gastaba 100 dólares; si le dabas
200, se gastaba 200; si le dabas 500, se gastaba 500, y si le dabas 1000, se gastaba los
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