84 - Revista Personae

de los iniciadores de la pintura abstracta- y dice: ‘para que, precisamente, esa obra
nos llegue, nos llene, tiene que existir, tiene que darse, una comunicación entre el
artista, la obra creada y el espectador. Si no sucede, si no se da ese desprendimiento
de energía, entonces, no pasó nada’.
“Me parece maravillosa esa tesis, porque efectivamente, muchas obras, maravillosamente
bien pintadas –y yo sé que pertenecen a los más grandes artistas-, si
por el tema, la luz, el color, o la línea no me hacen sentir ciertas cosas profundas,
no prosigo viéndola, la dejo y sigo al otro cuadro. Sin embargo, de pronto vemos
una pintura que nos llega más a nuestras emociones. Por algo, quizás nos remita a
nuestra infancia, a nuestros dolores, a nuestras alegrías y quizá hasta nuestras propias
debilidades, no olvidemos que somos seres humanos y tenemos toda esta amalgama
de sentimientos, de cualidades, de defectos y nos tenemos que aceptar y, créame,
que yo he estado muy pendiente de todas esas transformaciones en mí”.
Así de clara, diáfana, meridiana –la luz más clarísima del día- es Martha
Chapa. Se observa, analiza, critica a sí misma. Pero también se auto-reconoce
y perdona, porque aciertos y errores, son, precisamente parte de la vida. Por ello
agrega: -“Además, sin ninguna pena, ni desdoro para mí. Yo he tenido momentos
muy difíciles, he tenido que remontar retos, enfrentar la crítica social, la de mis hijos
por divorciarme a los 35 años de casada... la verdad es que uno debe tener mucho
valor, mucha fe en uno mismo y además, enfrentarse. ¿Algo me está faltando? No
culpando a los demás, sino saber exactamente en que falló uno para corregirlo”.
–Lo más loable, es que al decir esto su voz no denota resentimiento, dolor, derrota,
La buha | 50 x 40 cm | óleo sobre lámina
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sino serenidad absoluta, porque tampoco la mueve el deseo de aleccionar a nadie,
aunque pudiera hacerlo, pues con su compañero de hoy, su vida es intensa, de apoyo
permanente, maravillosa.
En mis más de tres décadas de reportero esa mañana, con la maestra Chapa,
fue una de las más placenteras, quizás más que aquel día vivido con otro enorme
ser, Rufino Tamaño, quien me permitió estar a su lado durante una jornada de
trabajo y me enseñó lo que es ser humilde y digno a la vez.
En la casa de Martha Chapa, el Templo de las Manzanas, consolidé
tal enseñanza añeja, pero además comprobé cuán fuerte es el amor cuando
uno lo usa como escudo y arma contra toda vicisitud. Por eso, después de pensar en
esto, como un infante dediqué un tiempo para buscar en los “rosarios” de manzanas
un pedacito de amor usado por Martha Chapa, para atraparlo, meterlo en un
pequeño relicario y usarlo como amuleto. Y ¿saben? Lo encontré.
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