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“Hace ya cuatro años que hablo de nazismoislámico, de guerra contra Occidente,<br />
de culto a la muerte, de suicidio de Europa; una Europa que ya no es Europa, sino<br />
Eurabia, y que con su blandura, con su inercia, con su ceguera, con su humillación<br />
ante el enemigo, está cavando su propia tumba”<br />
oleaje, sacudía los criterios académicos de la objetividad periodística y temblaba el canon<br />
anglosajón de la imparcialidad y el distanciamiento, pero arroyaba con una sentimentalidad<br />
tan auténtica, tan visceral, tan comprometida que resultaba imposible no admirarla.<br />
Como dice Ignacio Camacho: Es una mujer valiente en un tiempo<br />
de cobardes, rebelde en un mundo acomodado. Indómita en un horizonte<br />
de conformismos. Siempre a contracorriente de la mayoría,<br />
a contracorriente del aborrecimiento y de la docilidad… si todos los<br />
periodistas fueran como ella, este oficio sería una trinchera. Si no<br />
hubiese ninguno como ella, sería un pesebre burocrático, uniforme<br />
y sumiso. Oriana nunca se resignaba. Metía los dedos en las llagas<br />
del dolor y la aventura. Hurgaba en las heridas de la banalidad y se<br />
ensuciaba las manos… con el compromiso de su moral. Se equivocaba<br />
como todos y, a veces, elegía bandos poco recomendables,<br />
pero ella, al menos, lo hacía con la honestidad de su propio riesgo,<br />
bajo el fuego, bajo la amenaza, bajo el peligro. Sin volver la cara, por<br />
derecho, de frente, a cuerpo limpio.<br />
“No amo a los mexicanos”, declaró apenas en mayo último en una entrevista. Aunque,<br />
si tenía que disparar a un musulmán o a un mexicano, dijo que lo haría contra el primero.<br />
Resabios que le dejaron los tres tiros que recibió en la noche del 2 de octubre de 1968 en<br />
la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.<br />
La secuencia fotográfica del momento en que fue herida en Tlatelolco se publicó en<br />
la edición del 4 de noviembre de 1968 de la famosa revista Life en español, que ya<br />
no existe. De hecho, los escritos de Oriana Fallaci contribuyeron no sólo a denunciar<br />
la “matanza de Tlatelolco”, sino el exagerado número de muertos que, según<br />
ella y muchos otros, habían caído por las balas del Ejército Mexicano. Su exageración<br />
periodística muchos la han aceptado como una orden divina. Nunca hubo los miles de<br />
muertos que citó la Fallaci.<br />
Correo clandestino de la resistencia italiana –a la que perteneció su padre,<br />
Edoardo, cuando los nazis se hicieron del poder en su patria junto con los fascistas<br />
mussolinianos antes de cumplir, ella, doce años- Oriana Fallaci aprendió a detestar<br />
el poder y la opresión política desde joven, tanto como se rebeló contra la opresión<br />
religiosa de anciana.<br />
Se puede discrepar de muchas de sus opiniones. Es más, resultaría difícil encontrar<br />
a alguien que coincidiera con ella en todo: en contra de la guerra en Vietnam; contra la<br />
investigación con embriones humanos o contra Eurabia (que tanto odio despertó en<br />
las comunidades musulmanas e islámicas de todo el mundo). A favor del divorcio y del<br />
aborto. Atea, gracias a Dios, en una época y cristiana atea años después.<br />
Pero aún discrepando con ella, su impertinencia resultaba un alivio y su descaro un<br />
bálsamo, especialmente para quienes creemos que el trabajo periodístico es<br />
controlar los centros del poder.<br />
La muerte siempre fue una constante en sus escritos. Y en su libro dedicado a Alekos<br />
Panagulis -el hombre insoportable más tierno e inteligente que<br />
ha existido - su héroe-amante, padre de su hijo nonato, puso el siguiente epígrafe: “Ha<br />
llegado la hora de partir. Cada uno de nosotros sigue su propio camino: yo a morir, ustedes<br />
a vivir. Que sea mejor, sólo el dios lo sabe”, Platón, Apología de Sócrates.<br />
Muchos poderosos quisieran destruirla,<br />
sólo la pudo destruir el cáncer en el<br />
seno. El “otro” como ella le llamaba<br />
despectivamente.<br />
“Bastardos”, llamaba a sus entrevistados.<br />
Sus entrevistas fueron comentadísimas.<br />
Dominó, desnudó y radiografió<br />
a los “grandes” del mundo; a los dictadores más terribles y necios. Y a otros que pasaban<br />
como demócratas. De Haile Selassie, el Negus, el rey de reyes, descendiente<br />
directo del rey Salomón. El mandamás de Etiopía, contó a Oriana Fallaci que los<br />
pobres que se acercaban a recoger los restos, durante una comida en un prado, eran<br />
alejados por soldados con metralletas: sólo comían los perros y los cuervos. Del Negus<br />
recogió esta frase: “Un rey es insustituible. Así hemos decidido que sea y así será”. No<br />
mucho tiempo después el rey de reyes ya no era rey.<br />
Oriana Fallaci arremetía contra el cinismo del poder cuando lo tenía frente de<br />
sí: “Pero ¿no tiene la impresión, doctor Kissinger, de que ésta ha sido<br />
una guerra inútil?”, le preguntó al entonces todopoderoso secretario de Estado, el<br />
principal consejero del gobierno de EU del momento, en referencia al Vietnam, a lo que<br />
Henry Kissinger contestó, en la más sonada autoinculpación de la historia: “En<br />
eso puedo estar de acuerdo”.<br />
Con mayor atrevimiento acogotó al Ayatola Jomeini interpelándole sobre la<br />
vestimenta femenina islámica, hasta preguntarle como se nada con chador (el velo<br />
impuesto hace tres mil años por las Leyes Asirias del rey Tiglat Phalazar). Enojadísimo, el<br />
sanguinario Ayatola Jomeini, contestó: “Nuestras costumbres no son asunto suyo.<br />
Si no le gusta la ropa islámica, no está obligada a llevarla, porque estos vestidos son<br />
para las jóvenes buenas y correctas”. A lo que Oriana Fallaci contestó: “Es usted<br />
muy amable, imán, y puesto que usted lo dice, me voy a quitar<br />
ahora mismo esta estúpida túnica medieval”. Lo hizo y a continuación<br />
Jomeini abandonó la habitación, según contó Margot Talbot en la revista New<br />
Yorker. Cuando Oriana Fallaci pudo reanudar la entrevista dos días después, con<br />
la condición de que no mencionara la palabra chador, lo primero que hizo fue volver<br />
a preguntar sobre ella. El Ayatola se rió a carcajadas, hasta el punto de que su hijo le<br />
confesaría después a la periodista: “Creo que eres la única persona que<br />
ha hecho reír a mi padre”.<br />
La enfermedad y el tiempo le fueron alejando del primer plano periodístico internacional.<br />
En 2001, Fallaci reapareció como en sus mejores tiempos. Tras los atentados del<br />
11S en New York, donde vivía, escribió un apasionante artículo para el Corriere<br />
de la Sera, en el que denunciaba el fanatismo islámico y lo comparaba con el nazismo.<br />
De ese artículo nació La rabia y el orgullo (2001), luego La fuerza de la razón<br />
y Oriana Fallaci se entrevista a sí misma, los dos en 2004.<br />
Sobre el significado de estas obras, en realidad una trilogía, Oriana escribió<br />
después de los atentados en Londres: “Hace ya cuatro años que hablo<br />
de nazismo islámico, de guerra contra Occidente, de culto a la<br />
muerte, de suicidio de Europa; una Europa que ya no es Europa,<br />
sino Eurabia, y que con su blandura, con su inercia, con su<br />
ceguera, con su humillación ante el enemigo, está cavando su<br />
propia tumba”.<br />
Oriana Fallaci murió prácticamente dando la batalla. No abundan en el medio<br />
periodístico, aunque en México hay varios ejemplares femeninos que están a la altura de<br />
la periodista italiana. Siempre!, es una muestra de ello. Sus editoriales lo demuestran<br />
y la autora de El enemigo está en casa, sin gafete, es otro ejemplo de lo mismo. Oriana<br />
ya dio cuenta al creador.<br />
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