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84 - Revista Personae

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“Hace ya cuatro años que hablo de nazismoislámico, de guerra contra Occidente,<br />

de culto a la muerte, de suicidio de Europa; una Europa que ya no es Europa, sino<br />

Eurabia, y que con su blandura, con su inercia, con su ceguera, con su humillación<br />

ante el enemigo, está cavando su propia tumba”<br />

oleaje, sacudía los criterios académicos de la objetividad periodística y temblaba el canon<br />

anglosajón de la imparcialidad y el distanciamiento, pero arroyaba con una sentimentalidad<br />

tan auténtica, tan visceral, tan comprometida que resultaba imposible no admirarla.<br />

Como dice Ignacio Camacho: Es una mujer valiente en un tiempo<br />

de cobardes, rebelde en un mundo acomodado. Indómita en un horizonte<br />

de conformismos. Siempre a contracorriente de la mayoría,<br />

a contracorriente del aborrecimiento y de la docilidad… si todos los<br />

periodistas fueran como ella, este oficio sería una trinchera. Si no<br />

hubiese ninguno como ella, sería un pesebre burocrático, uniforme<br />

y sumiso. Oriana nunca se resignaba. Metía los dedos en las llagas<br />

del dolor y la aventura. Hurgaba en las heridas de la banalidad y se<br />

ensuciaba las manos… con el compromiso de su moral. Se equivocaba<br />

como todos y, a veces, elegía bandos poco recomendables,<br />

pero ella, al menos, lo hacía con la honestidad de su propio riesgo,<br />

bajo el fuego, bajo la amenaza, bajo el peligro. Sin volver la cara, por<br />

derecho, de frente, a cuerpo limpio.<br />

“No amo a los mexicanos”, declaró apenas en mayo último en una entrevista. Aunque,<br />

si tenía que disparar a un musulmán o a un mexicano, dijo que lo haría contra el primero.<br />

Resabios que le dejaron los tres tiros que recibió en la noche del 2 de octubre de 1968 en<br />

la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.<br />

La secuencia fotográfica del momento en que fue herida en Tlatelolco se publicó en<br />

la edición del 4 de noviembre de 1968 de la famosa revista Life en español, que ya<br />

no existe. De hecho, los escritos de Oriana Fallaci contribuyeron no sólo a denunciar<br />

la “matanza de Tlatelolco”, sino el exagerado número de muertos que, según<br />

ella y muchos otros, habían caído por las balas del Ejército Mexicano. Su exageración<br />

periodística muchos la han aceptado como una orden divina. Nunca hubo los miles de<br />

muertos que citó la Fallaci.<br />

Correo clandestino de la resistencia italiana –a la que perteneció su padre,<br />

Edoardo, cuando los nazis se hicieron del poder en su patria junto con los fascistas<br />

mussolinianos antes de cumplir, ella, doce años- Oriana Fallaci aprendió a detestar<br />

el poder y la opresión política desde joven, tanto como se rebeló contra la opresión<br />

religiosa de anciana.<br />

Se puede discrepar de muchas de sus opiniones. Es más, resultaría difícil encontrar<br />

a alguien que coincidiera con ella en todo: en contra de la guerra en Vietnam; contra la<br />

investigación con embriones humanos o contra Eurabia (que tanto odio despertó en<br />

las comunidades musulmanas e islámicas de todo el mundo). A favor del divorcio y del<br />

aborto. Atea, gracias a Dios, en una época y cristiana atea años después.<br />

Pero aún discrepando con ella, su impertinencia resultaba un alivio y su descaro un<br />

bálsamo, especialmente para quienes creemos que el trabajo periodístico es<br />

controlar los centros del poder.<br />

La muerte siempre fue una constante en sus escritos. Y en su libro dedicado a Alekos<br />

Panagulis -el hombre insoportable más tierno e inteligente que<br />

ha existido - su héroe-amante, padre de su hijo nonato, puso el siguiente epígrafe: “Ha<br />

llegado la hora de partir. Cada uno de nosotros sigue su propio camino: yo a morir, ustedes<br />

a vivir. Que sea mejor, sólo el dios lo sabe”, Platón, Apología de Sócrates.<br />

Muchos poderosos quisieran destruirla,<br />

sólo la pudo destruir el cáncer en el<br />

seno. El “otro” como ella le llamaba<br />

despectivamente.<br />

“Bastardos”, llamaba a sus entrevistados.<br />

Sus entrevistas fueron comentadísimas.<br />

Dominó, desnudó y radiografió<br />

a los “grandes” del mundo; a los dictadores más terribles y necios. Y a otros que pasaban<br />

como demócratas. De Haile Selassie, el Negus, el rey de reyes, descendiente<br />

directo del rey Salomón. El mandamás de Etiopía, contó a Oriana Fallaci que los<br />

pobres que se acercaban a recoger los restos, durante una comida en un prado, eran<br />

alejados por soldados con metralletas: sólo comían los perros y los cuervos. Del Negus<br />

recogió esta frase: “Un rey es insustituible. Así hemos decidido que sea y así será”. No<br />

mucho tiempo después el rey de reyes ya no era rey.<br />

Oriana Fallaci arremetía contra el cinismo del poder cuando lo tenía frente de<br />

sí: “Pero ¿no tiene la impresión, doctor Kissinger, de que ésta ha sido<br />

una guerra inútil?”, le preguntó al entonces todopoderoso secretario de Estado, el<br />

principal consejero del gobierno de EU del momento, en referencia al Vietnam, a lo que<br />

Henry Kissinger contestó, en la más sonada autoinculpación de la historia: “En<br />

eso puedo estar de acuerdo”.<br />

Con mayor atrevimiento acogotó al Ayatola Jomeini interpelándole sobre la<br />

vestimenta femenina islámica, hasta preguntarle como se nada con chador (el velo<br />

impuesto hace tres mil años por las Leyes Asirias del rey Tiglat Phalazar). Enojadísimo, el<br />

sanguinario Ayatola Jomeini, contestó: “Nuestras costumbres no son asunto suyo.<br />

Si no le gusta la ropa islámica, no está obligada a llevarla, porque estos vestidos son<br />

para las jóvenes buenas y correctas”. A lo que Oriana Fallaci contestó: “Es usted<br />

muy amable, imán, y puesto que usted lo dice, me voy a quitar<br />

ahora mismo esta estúpida túnica medieval”. Lo hizo y a continuación<br />

Jomeini abandonó la habitación, según contó Margot Talbot en la revista New<br />

Yorker. Cuando Oriana Fallaci pudo reanudar la entrevista dos días después, con<br />

la condición de que no mencionara la palabra chador, lo primero que hizo fue volver<br />

a preguntar sobre ella. El Ayatola se rió a carcajadas, hasta el punto de que su hijo le<br />

confesaría después a la periodista: “Creo que eres la única persona que<br />

ha hecho reír a mi padre”.<br />

La enfermedad y el tiempo le fueron alejando del primer plano periodístico internacional.<br />

En 2001, Fallaci reapareció como en sus mejores tiempos. Tras los atentados del<br />

11S en New York, donde vivía, escribió un apasionante artículo para el Corriere<br />

de la Sera, en el que denunciaba el fanatismo islámico y lo comparaba con el nazismo.<br />

De ese artículo nació La rabia y el orgullo (2001), luego La fuerza de la razón<br />

y Oriana Fallaci se entrevista a sí misma, los dos en 2004.<br />

Sobre el significado de estas obras, en realidad una trilogía, Oriana escribió<br />

después de los atentados en Londres: “Hace ya cuatro años que hablo<br />

de nazismo islámico, de guerra contra Occidente, de culto a la<br />

muerte, de suicidio de Europa; una Europa que ya no es Europa,<br />

sino Eurabia, y que con su blandura, con su inercia, con su<br />

ceguera, con su humillación ante el enemigo, está cavando su<br />

propia tumba”.<br />

Oriana Fallaci murió prácticamente dando la batalla. No abundan en el medio<br />

periodístico, aunque en México hay varios ejemplares femeninos que están a la altura de<br />

la periodista italiana. Siempre!, es una muestra de ello. Sus editoriales lo demuestran<br />

y la autora de El enemigo está en casa, sin gafete, es otro ejemplo de lo mismo. Oriana<br />

ya dio cuenta al creador.<br />

P E R S O N A E • 4 5

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