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Irene Herranz Benítez - Hermeneia

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alguna prostituta. El amor atormentado es central en la obra de Joyce, conjugando y<br />

alternando la imagen de la mujer idealizada y virginal con la de la mujer de mala vida,<br />

el amor espiritual y la lujuria, que empujan a Stephen a la idea de su necesaria condena.<br />

En el tercer capítulo de la obra asistimos a un sermón del padre jesuita sobre la condena<br />

y los pecados 89 , que resulta impresionante, porque, a diferencia del Infierno dantesco<br />

donde el protagonista no está incluido en el discurso de castigo infernal, sino que lo<br />

entiende como mero espectador que de la mano de sus guías se instruye en el arte del<br />

más allá, aquí en Joyce, Stephen, a penas comenzado su viaje iniciático, se ve<br />

protagonista del terror de las llamas infernales. Para ahuyentar esos temores empezará a<br />

organizarse con una severa disciplina de devoción, que casi lo conducirán a hacerse<br />

sacerdote, pero la aparición epifánica de una hermosa dama de rostro infantil le<br />

devuelven las pulsiones sensitivas y se aleja de la religiosidad. Esa dama angelical ya no<br />

es la enviada para mostrar el camino al cielo como sucedía con Dante, sino el ángel de<br />

la juventud mortal, de la belleza terrena, que abre las puertas del éxtasis de nuevo, y<br />

reintegra en una sola imagen la dualidad amorosa y el drama de la conciencia disociada.<br />

Al final de la novela, Stephen puede encontrarse con la joven que ama, she, él no le dará<br />

nombre, muchacha que ha sido intermitente y fugitiva aparición durante la novela seudo<br />

autobiográfica, ella es la Beatriz de un mundo embebido de teología. Su aparición<br />

recuerda a los encuentros de Dante con su amada, “ella pasaba, salía de la biblioteca e<br />

hizo una inclinación hacia Cramly que estaba detrás de Stephen (...) Ella había pasado<br />

entre el crepúsculo. Esa era la razón por al que todo estaba silencioso en el aire, todo,<br />

salvo el suave murmullo que caía de la ventana. (...) Una alegría temblorosa, como una<br />

caricia de pálidas luces, danzaba una danza de espíritus encantados entorno a él. ¿Qué<br />

era?” Ella pasa y todo se hace silencio, y la prosa adecuándose a este nuevo ritmo del<br />

ambiente ahora que la dama ha pasado, se hace lenta y estática. También en el capítulo<br />

XXVI de la Vita Nuova se señala el temblor y el silencio que el pasar de la mujer amada<br />

suscita a su alrededor: “Tanto gentil e tanto honesta pare / la donna mia quand’ella altrui<br />

saluta, / c’ogne lingua deven tremando muta, / e li occhi no l’ardiscon di guardare.” 90<br />

Desplazándonos hasta otro continente encontramos a uno de los mayores conocedores y<br />

estudiosos de la obra dantesca: Jorge Luis Borges. Sus Nueve ensayos dantesco 91 s<br />

(1982) y sus trabajos sobre la Commedia son buena prueba de la repercusión que en su<br />

89 James Joyce, Retrato del artista adolescente, Espulgues de Llobrehat, Orbis, 1982.<br />

90 VN, pág. 310.<br />

91 Borges Jorge Luis, La Divina Comedia en Siete Noches, F.C.E., 1987.y Nueve Ensayos<br />

Dantescos, en Obras Completas Tomo III, Barcelona, 1996.<br />

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