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Ver revista PDF - Alforja

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Enriqueta Ochoa flanqueada por José Vicente Anaya y Alejandro Sandoval. Foto de MLMP<br />

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sagrado” —y que alude a uno de los versos de la autora en el poema “Amor”—,<br />

Enriqueta confiesa: “Siempre que escribía sentía una voz que me dictaba y ella nunca<br />

me autorizó hacer público esos dictados. La desobedecí. Yo le tenía miedo a la voz<br />

que me dictaba y yo pensaba: es de Dios.”<br />

Adentrarse en el límite de “la otra orilla” es sin duda una de las experiencias más<br />

intensas a las que puede aspirar el poeta-vidente. En el mismo texto encontramos,<br />

más adelante, una confesión explícita: “Soy sincera, yo no tengo ninguna gracia aquí.<br />

La gracia viene realmente de otra parte. No soy más que un instrumento a través del<br />

cual una voz me va dictando la hora, el lugar que sea, en auto o a pie, dormida o<br />

despierta. Eso me ha sucedido ahora y siempre.”<br />

Materia dispuesta para el instante fecundo, la identidad poética de Enriqueta<br />

Ochoa es, como dice Bachelard en la Intuición del instante, la síntesis exacta de la<br />

alforja 39 | invierno 2006<br />

novedad y la rutina, el hábito restituido en su novedad, el tedio y la elevación, la suma<br />

de dos percepciones que se funden en el alumbramiento de la imagen luminosa<br />

y terrible con la que cierra las Urgencias de un Dios:<br />

Quiero que muerda el corazón del mundo<br />

que sepa del sol,<br />

de los astros, del viento<br />

de lo grande y de lo mínimo.<br />

Quiero en Dios al hijo que creciendo<br />

en plenitud reviente el cerco falso<br />

y destruya las fronteras<br />

y la celda ficticia y demudada<br />

del concepto y la carne.<br />

Lo quiero levantando su imperio al aire libre,<br />

desnudo, limpio, imperturbable y sano,<br />

respirando hondo y fuerte del aliento rotundo de la tierra.<br />

En los laberintos de la voz profunda, las ambivalencias que genera la revelación entre<br />

éxtasis y temor crean un tiempo vertical de ascenso y descenso, manteniendo al<br />

alma en un nivel de flotación, para usar el lenguaje de los buzos, que no se puede<br />

describir en tiempos sucesivos, pues sentimientos tan encontrados tienden a fugarse<br />

hacia una metafísica inmediata, que nos da la ilusión de la trascendencia del drama<br />

poético esencial, la verdadera poesía no será jamás una vulgar descripción de emociones,<br />

alegrías y penas pasajeras, la palabra poética nos toma por asalto, se vive en<br />

un solo instante inmovilizando el tiempo, y es ese el alto tono desde el que habla la<br />

poeta en el canto V de Las vírgenes terrestres:<br />

En esta breve intensidad<br />

no logran retenerme los desvaríos blandos<br />

o el ímpetu del sueño.<br />

La tierra es ruda, trémula, ardorosa,<br />

y se me expande dentro.<br />

El vértigo sanguíneo esplende<br />

arrebatando al canto<br />

y ni le puedo contener el paso<br />

ni sustraerme a los labios<br />

que se me caen al papel como dos brasas.<br />

Sin duda, la obra de Enriqueta Ochoa señala la verdadera intensidad del verbo porque<br />

su voz apunta hacia esa intuición original que orienta al alma en pos de su propio<br />

misterio, sus versos condensan y a la vez liberan esas palabras recogidas en el<br />

fuego de la visión, dando conciencia a la fuerza irracional, así como cauce y sentido<br />

a ese momento luminoso de la ensoñación poética, estado de asombro y temor, por<br />

el que transitan los raptos de su intensidad poética. <br />

enriqueta ochoa 23

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