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Un dragón sostiene los columpios:
soliloquios de una masa de demonios
que se divierte,
niños que juegan en un nido de serpientes
su inocencia.
Rescato las palabras de garabatos de tiza
en el suelo y las regreso a su dueño: Dios hecho un avión blanco,
un volantín que cruza míticas dimensiones.
Las risas son gritos de combate de otro tiempo,
sus alaridos poemas iniciales:
la historia está vacía.
Miro la casa más grande de la patria
y sus arrugas, tan grandes como la papada
que sirve de sótano a sus recuerdos.
En la vejez se escriben poemas profundos
como la fosa para el féretro,
son palabras sin vuelta,
los senos y tetillas cordilleras sueltas
y sus lonjas playas colgantes,
el obelisco cóncavo y su cima de nieve.
Los versos de muerte absorben el cuerpo
para liberar su alma,
sanguijuelas las palabras que erosionan piel y hueso
y la empresa de la nada.
Las flores son colores en las silvas
y el ritmo con que baja el ataúd párrafos simétricos,
tierra que cae incesante en letras
como vómito de olvido,
lágrimas que son acentos para palabras fúnebres,
y sollozos encabalgados
que atraviesan dimensiones nubladas.
El cuerpo es pan de muerte y última patria,
la poesía barca que atraviesa todos sus ríos.
alforja 39 | invierno 2006
Acto seguido
Caminaba por la calle
Para el maestro José Vicente Anaya
arrastrando su barba desde hace siglos
miró el suelo para mirar su cielo
y buscar que florecieran girasoles en la banqueta
Entró a un museo y de su mochila sacó
a los poetas de Dios
sin más Dios que sus palabras
Le dije gracias y me brotaba
sin más profecías que su pasado
el cerezo del futuro en las manos
y una mariposa voló cuando sonrió
Gilberto Lastra Guerrero. Torreón, Coahuila, 1977. Egresado de la carrera de
ciencias y técnicas de la comunicación. Entre sus publicaciones se encuentra
el libro Génesis del holocausto (2004). Se dedica también a la fotografía y al
video experimental. Actualmente ejerce el periodismo diario.
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