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Caso Scala.pdf - Virus Editorial

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CASO SCALA. TERRORISMO DE ESTADO Y ALGO MÁS<br />

pero aún no nos la hemos follado, a ver si lo hace tan bien como la tuya.<br />

Las ininterrumpidas sesiones de tortura física y psicológica fueron<br />

haciendo mella y así es como dieron con el paradero de Luis y Maite,<br />

dos compañeros de la CNT de Rubí a los que Arturo y yo no conocíamos<br />

de nada. Pero seguían buscando a dos más a los que nunca llegaron<br />

a encontrar. Eso sí, por Gambín, «el Viejo Anarquista», no nos preguntaron<br />

nada en ningún momento.<br />

Cuando llevábamos casi setenta y dos horas en comisaría fuimos<br />

desmoronándonos y firmando las declaraciones.<br />

No sé qué fue de los otros, creo que nunca hemos hablado de ello,<br />

pero yo pasé las setenta y dos horas en interrogatorios, a palizas continuas,<br />

sin comer, sin dormir, sin beber —excepto el vaso de agua del que<br />

iba de bueno—.<br />

Cuando firmé la declaración me bajaron a un calabozo, pero, cinco<br />

minutos después, me volvían a subir a interrogatorios.<br />

Las últimas seis horas, aproximadamente, tan sólo me dieron algún<br />

que otro puñetazo y alguna que otra patada. La tortura consistía en<br />

mantenerme de pie todo el rato y explicarme cómo me iban a poner el<br />

culo los presos de la Modelo.<br />

Antes de trasladarnos al Palacio de Justicia y de allí, obviamente, con<br />

lo que habíamos firmado, a la cárcel, nos hicieron la preceptiva sesión<br />

fotográfica.<br />

—Fotografíalo enterito —dijo uno—, tenemos que enviar la ficha a<br />

la Interpol.<br />

Unas horas más tarde, nos conducían esposados a la espalda y en un<br />

furgón blindado de la Guardia Civil al Palacio de Justicia. Creo recordar<br />

que a Pilar y a Rosa las llevaron en un furgón, y a Pepe, a Arturo y a<br />

mí, a cada uno en uno diferente para que no pudiésemos hablar, aunque<br />

éste es un dato que no recuerdo con exactitud.<br />

Una vez en el Palacio de Justicia, nos instalaron a cada uno en una<br />

celda; ahí sí que recuerdo perfectamente que estábamos separados.<br />

Eran enormes celdas con las paredes recubiertas de azulejos blancos,<br />

que se asemejaban más a las dependencias de un psiquiátrico que a dependencias<br />

judiciales.<br />

A medida que iban pasando las horas, nos iban sacando de aquellas<br />

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45<br />

PUNTO DE INFLEXIÓN<br />

enormes, heladas y silenciosas celdas para llevarnos —como legalmente<br />

hubiera debido ser— ante la presencia del juez para que de nuevo nos<br />

tomara declaración.<br />

Cuando me tocó el turno y me sacaron de aquella enorme celda,<br />

justo antes de atravesar una gran puerta de madera labrada, descubrí<br />

sentados en un banco de madera a Jordi Oliveras y a Mateu Seguí, dos<br />

abogados de CNT.<br />

En aquella época aún no existía el habeas corpus y, del mismo modo<br />

que no les dejaron estar presentes en las declaraciones de comisaría,<br />

tampoco les dejaron estar presentes en lo que debía haber sido una declaración<br />

ante un magistrado.<br />

Traspasada la gran puerta de madera labrada, a mano derecha se hallaba<br />

una ostentosa mesa de madera, pero en esta ocasión con sorpresa.<br />

Sentado tras aquella señorial mesa no había un juez ni un secretario, estaba<br />

el jefe del Cuarto Grupo de la Brigada de Investigación Criminal<br />

de Barcelona y, junto a éste, cuatro de los policías secretas que habían<br />

participado en la detención.<br />

—¿Firmas o prefieres volver a comisaría? —me dijo burlón—.<br />

¡Qué otra cosa podía hacer sino firmar!<br />

V<br />

Un furgón blindado de la Guardia Civil nos condujo a Pepe, a Arturo y<br />

a mí a la cárcel Modelo de Barcelona, y otro condujo a Pilar, Rosa y<br />

María a la entonces cárcel de mujeres de La Trinidad.<br />

En comisaría quedaban Luis y Maite, que aún permanecerían dos<br />

días más, pues los habían detenido el día anterior.<br />

El 18 de enero de 1978, muy pasada la medianoche ingresábamos en<br />

la cárcel Modelo de Barcelona.<br />

Era una noche oscura y helada, pero empezaba para nosotros el camino<br />

de la tranquilidad y, aunque en aquellos momentos pensamos que no iba a<br />

ser así, el largo periplo por diferentes prisiones del Estado español.<br />

El furgón de la Guardia Civil se detuvo ante el portón de madera de<br />

la calle Entenza. Se abrió el portón y el furgón blindado continuó su

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