Caso Scala.pdf - Virus Editorial
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CASO SCALA. TERRORISMO DE ESTADO Y ALGO MÁS<br />
que se iba a celebrar el juicio «contra los cuatro peligrosísimos anarquistas,<br />
terroristas y asesinos del <strong>Caso</strong> <strong>Scala</strong>». No es de extrañar, la prensa ya<br />
nos había condenado hacía años.<br />
La comitiva es digna del más puro «terrorismo de Estado».<br />
Cada furgón blindado es custodiado por un coche policial y dos motos<br />
policiales delante y detrás.<br />
Cuatro furgones blindados para cuatro peligrosísimos anarquistas<br />
terroristas, pero nos introducen a los cuatro en el mismo furgón. Todas<br />
las sirenas al unísono perturban la tranquilidad de la ciudad y, a cada<br />
travesía, los furgones blindados se cambian de posición.<br />
Nos han esposado con las manos a la espalda, pero, al poco de entrar en<br />
el furgón, hemos pasado las manos por debajo de los pies y vamos esposados<br />
con las manos delante —son cosas que se aprenden en la cárcel—.<br />
—¿Por qué tanto escándalo? —le preguntamos al acompañante del<br />
conductor—.<br />
—Nos han informado de que un comando de la CNT va a venir a<br />
liberaros.<br />
Carcajada general.<br />
—La CNT no tiene cojones para eso —le contestamos—, incluso<br />
muchos de ellos nos prefieren en la cárcel.<br />
Llegamos al Palacio de Justicia, tomado militarmente por la Policía y<br />
la Guardia Civil. No permiten que nadie se acerque a las inmediaciones.<br />
Centenares de compañeras y compañeros nos ven desde el Salón Víctor<br />
Pradera. En cuanto bajamos del furgón, sin haberlo preparado, les ofrecemos<br />
el saludo anarquista y gritamos un potente «¡VIVA LA ANAR-<br />
QUÍA!», que da inicio a la batalla callejera. Todavía hoy se me saltan las<br />
lágrimas de emoción al recordarlo.<br />
Se han suspendido todos los juicios previstos para esos cuatro días en<br />
la Audiencia Provincial. Policías francotiradores custodian los tejados<br />
desde el Palacio de Justicia, y centenares de ellos vigilan los accesos y los<br />
pasillos del interior.<br />
Nos conducen a los calabozos a la espera del inicio de la vista oral.<br />
Minutos después viene a vernos el abogado y compañero Mateu<br />
Seguí, nos trae una botellita de dos gramos de aceite de hachís.<br />
—No os lo fuméis ahora —nos dice—, esta mañana vais a declarar<br />
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PUNTO DE INFLEXIÓN<br />
todos y conviene que estéis despiertos. Después, todo será una pantomima<br />
técnica de la que poco vais a entender.<br />
Minutos después, diez policías vienen a buscarnos y nos esposan como<br />
no lo habían hecho nunca, los cuatro en línea, Pepe, yo, Arturo y Luis. La<br />
mano derecha de Pepe esposada a mi mano izquierda, mi mano derecha a<br />
la izquierda de Arturo, la mano derecha de Arturo a la izquierda de Luis,<br />
la mano izquierda de Pepe a la izquierda de Arturo y mi mano derecha a la<br />
derecha de Luis. Nos resulta difícil caminar en esas condiciones.<br />
Llegamos a la Sala de Actos, va a comenzar la función, sólo faltan las<br />
trompetas. La sala está abarrotada de público pero las dos terceras partes<br />
son policía secreta; el resto, familiares directos, algún que otro senador<br />
y diputado y la prensa.<br />
Al fondo de la enorme sala, el Tribunal. A la derecha el fiscal, a la<br />
izquierda nuestros cinco abogados defensores, a nuestra espalda diez<br />
policías disfrazados de gris y fuertemente armados.<br />
Alfonso Hernández, un sexagenario carcamal fascista —enemigo<br />
público número uno de todos los presos por su extremada severidad y sus<br />
sentencias sin pruebas, por «convicción moral», conocido en medios<br />
carcelarios como «Alfonsito, el Perro»—, presidente del Tribunal, ordena:<br />
—Se inicia la sesión. Que se sienten los acusados.<br />
Nos negamos a sentarnos.<br />
—Ordeno que se sienten los acusados —gorgojea elevando la voz—.<br />
Seguimos de pie y empezamos a hacer ruido con las esposas.<br />
Nuestros abogados piden al Tribunal que nos quiten las esposas.<br />
Petición denegada.<br />
El fiscal pide al Tribunal que nos quiten las esposas.<br />
Petición aceptada.<br />
Nos quitan las esposas.<br />
Tomamos asiento. Pepe se tira un largo y estruendoso pedo, sin<br />
haberlo preparado nos giramos al unísono mirando a los policías que se<br />
sientan detrás nuestro.<br />
Carcajadas en la sala.<br />
Uno a uno, nos va tomando declaración el fiscal y después, uno a uno<br />
nos van tomando declaración nuestros abogados defensores.<br />
Lo negamos todo, excepto nuestra participación en la manifestación.