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Untitled - Concursos de Cuentos

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PREMIOS REGIONALES<br />

H I S T O R I A S C A M P E S I N A S<br />

TERCER LUGAR<br />

REGIÓN METROPOLITANA<br />

Gabriela Díaz Rojas<br />

La Florida<br />

POTREROS AMARILLOS<br />

Cerró los ojos evocando su recuerdo, <strong>de</strong>jó escapar las fantasías que había bajo sus párpados,<br />

visualizando su tez morena, con hoyuelos <strong>de</strong> picardía instalados en sus mejillas. Era diferente, más<br />

educado y hablaba mejor que los otros afuerinos. Cuando el trigo estaba maduro, llegaban con sus<br />

sacos al hombro y la infaltable echona. Le <strong>de</strong>cían “París”, ya que cuando vivió en Santiago había<br />

trabajado en esa casa comercial.<br />

E<strong>de</strong>lmira no era la única que estaba cautivada por la simpatía <strong>de</strong>l caminante, la cocinera y la lavan<strong>de</strong>ra<br />

también lo encontraban agradable y, aunque su comportamiento con todas las mujeres era<br />

parecido, ella abrigaba esperanzas <strong>de</strong> que se le <strong>de</strong>clarara. Cuando se les entregaba la galleta, agua o el<br />

plato <strong>de</strong> porotos con mote, era el único que agra<strong>de</strong>cía, los otros peones eran unos brutos. También<br />

pedía las cosas por favor. Decían que pasaba el invierno en Pichilemu.<br />

Después <strong>de</strong> almuerzo, la chiquilla acostumbraba a recoger moras en un bal<strong>de</strong>, las zarzamoras, por<br />

pura casualidad daban hacia el potrero que estaban segando y como que no quería la cosa, <strong>de</strong> vez<br />

en cuando se volteaba para verlo, un par <strong>de</strong> veces vio que la miraba.<br />

“Tiene la boquita morada”, E<strong>de</strong>lmira. Giró asustada, equilibrándose entre las ramas espinosas, <strong>de</strong>jó el<br />

bal<strong>de</strong> en el suelo, restregando sus pequeñas manos llenas <strong>de</strong> rasguños, bajando la mirada al <strong>de</strong>cir:<br />

“Es que me gustan mucho las moras”. El hombre se le acercó más y la cogió por el talle. “A mí<br />

también me gustan mucho”. “¿Quiere que le quite la mancha <strong>de</strong> las moras?”. No alcanzó a <strong>de</strong>cir<br />

ni pío y ya la estaba besando. Sofocada, confundida y con el corazón saliéndose <strong>de</strong>l pecho, ahí se<br />

quedó la muchacha tiesa como un poste, mientras París se alejaba silbando.<br />

El pan amasado caía en el canasto cubierto por el albo paño <strong>de</strong> saco, mientras la muchacha lo su-<br />

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