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<strong>de</strong> fuego, <strong>de</strong> mate, <strong>de</strong> picarones con chancaca, cáscara <strong>de</strong> naranja, canela y caldo, como los<br />
promocionaba con orgullo la patrona <strong>de</strong>l lugar.<br />
Beltrán <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> quedarse en la venta, se sienta a la mesa, abre la obra y empieza a leer, con una profunda<br />
lentitud: “Lo que sé es que nunca más encontraré nada ni nadie que me inspire pasión. Tú<br />
sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía. Una generosidad, una<br />
ceguera”. Así se explayaba Anny explicando al protagonista. De algún manera sentíase interpretado,<br />
con su sombra a la lectura. Parecía catar cada palabra, cada frase cada tar<strong>de</strong>. No es que Beltrán sea<br />
un taciturno leyendo esa novela y queriendo olvidar y alejarla <strong>de</strong> sí para siempre.<br />
A<strong>de</strong>más esa tar<strong>de</strong> inalterable, lloviznosa e inusual en el <strong>de</strong>sierto más árido <strong>de</strong>l planeta ¿no ameritaba un<br />
mínimo esfuerzo artístico, para atiborrar una simple prosa <strong>de</strong>stinada a una fantástica y fugaz visita?<br />
De tar<strong>de</strong>s así regias <strong>de</strong> invierno, <strong>de</strong> conatos <strong>de</strong> lluvia, <strong>de</strong> fuego, <strong>de</strong> retrospecciones literarias, existencialismo<br />
<strong>de</strong> arrabal y ñeque <strong>de</strong> espíritu trenzado fuerte en el campo, en el <strong>de</strong>sierto, en la vida,<br />
suce<strong>de</strong>, saca un cua<strong>de</strong>rno y una pluma <strong>de</strong> su morral <strong>de</strong> cuero.<br />
La mujer urbanamente se acercaba a la mesa con un acento extranjero. El buen Beltrán no pasaba<br />
los treinta y seis <strong>de</strong> años <strong>de</strong> edad, pero su pelo un tanto cano, algo ajada la piel por el sol y <strong>de</strong> ojos<br />
silenciosamente soñadores, <strong>de</strong> quien tiene entre los <strong>de</strong>dos la sutileza <strong>de</strong> <strong>de</strong>dicar la creación a lo que<br />
quiera. Respon<strong>de</strong> con alegre parsimonia a la dama. Aunque sin enten<strong>de</strong>r a lo que ella se refiere, la<br />
invita a sentarse a la mesa.<br />
Ella se expresa con un castellano entrecortado y cándido, por una modulación aparatosa y elemental,<br />
en cambio a él le escuchaba lento. Fuerte y claro. Era corresponsal <strong>de</strong> una revista extranjera, periodista<br />
turística y fotógrafa. Él le invita a una caña <strong>de</strong> vino copiapino, casi una experiencia. Des<strong>de</strong><br />
el primer trago, la <strong>de</strong>lgada piel pálida <strong>de</strong> la fémina, fácilmente se sonroja con la <strong>de</strong>liciosa bebida,<br />
podando con ello la articulación <strong>de</strong> las frases y nexos lingüísticos suyos. De una o <strong>de</strong> otra forma<br />
se entendían, a<strong>de</strong>más que la expresión <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong>bería ser universal.<br />
Casi hasta inicio <strong>de</strong> primavera se repetía la escena. Ella <strong>de</strong>spertaba sola y <strong>de</strong>snuda, junto a una gran<br />
chimenea <strong>de</strong> piedra encendida, en un sofá cama, él salía temprano para alimentar los animales en<br />
el campo. La comunicación <strong>de</strong> los dos araba con ardor, humedad y <strong>de</strong>licia. La francesa fotografiaba<br />
todo, la biblioteca, la casa y la hacienda <strong>de</strong>l abuelo difunto <strong>de</strong> Beltrán. Otras veces <strong>de</strong> a caballo recorrían<br />
juntos los rincones <strong>de</strong>l lugar; Piedra colgada, su vieja iglesia, San Pedro, cerros y arenales.<br />
Beltrán se levanta, traga el mote con arrope <strong>de</strong> miel, ensilla al yegua, y se dirige a La venta.<br />
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